Capítulo 5

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Porfa ténganle paciencia a Perséfone, es y será un poco castrosa, pero es parte fundamental para el desarrollo del personaje. (Aviso porque la van a odiar jsjsjs)


Cece en multimedia.




El desayuno fue el silencio, al menos por mi parte. Los demás se encontraban hablando cosas sobre la manada, sobre que los cazadores habían multiplicado su número y ahora el peligro era mayor.

No me asustaba, por más mandón y controlador que fuera mi padre, era un gran líder y siempre se las ingeniaba para acabar con sus enemigos. En eso lo admiraba, él era capaz de arrancarse su propia piel por proteger a los suyos. Era un hombre fuerte y firme con sus acciones. Algo que nunca admitiría en voz alta, es que lo admiraba en secreto, admiraba sus agallas, su astucia y perseverancia ante las distintas situaciones que se le presentaban, era impulsivo, sí, pero cuando se trataba de nosotros siempre pensaba antes de actuar.

—Perséfone –mi padre me llamó.— a partir de ahora trabajarás en la manada –me atraganté con mi desayuno.

—¿Qué?

—Para que te entretengas en algo –explicó.— lo digo porque como estarás encerrada todo el verano y aquí no hay mucho por hacer, tal vez puedas ayudar a n algunas cosas a TU GENTE —mordí mi lengua.

—Claro, no tengo problema –todos me miraron como se me hubiera salido un tercer ojo.— pero me gustaría volver a los entrenamientos.

—Ah no, ya hemos hablado de eso –habló con firmeza.— no voy a arriesgarte a que pase lo de la última vez de nuevo.

La última vez que había entrenado con mi padres fue hace más de cinco años, él terminó con los entrenamientos después de que yo me golpeara fuertemente en la cabeza perdiendo la conciencia por tres días. Dijo que tenía suficiente con mi magia y que no me iba a exponer a un peligro como ese nuevamente.

Y es que los entrenamientos de la manada no son como cualquier otro, tienen un horario de cinco de la mañana a doce de la noche, con descansos de quince minutos cada cuatro horas, se luchaba hasta con veinte guardias en una hora, y casi todos al mismo tiempo, horas bajo el sol y con escasez de agua, éramos, bueno... los lobos eran entrenados como si fueran para la guerra. Aquel entrenamiento sonaba como una tortura para cualquiera que lo hiciera, pero se debía hacer porque el alfa, al ser el más fuerte de los lobos, tenía que estar fuertemente preparado para luchar contra sus enemigos y enfrentarse a cualquier situación difícil que se le pusiera en el camino. Aunque ciertamente era como si fueran para la guerra, aquel entrenamiento se les daba a los próximos alfas, yo fui entrenada hasta cierta edad porque mis padres querían que supiera defenderme, obviamente al yo ser un tanto delicada ante los ojos de papá (y por mi edad) mi entrenamiento no fue tan fuerte como el de Eros. Joder, ahora que recuerdo que ya no quiere ser alfa no me sorprendería que esos entrenamientos fueran como una tortura para él.

—Por favor –pedí.— me gustan los entrenamientos, creo que hasta soy más fuerte que Eros.

—Ya quisieras, zanahoria –le escuché decir a mi hermano.

—Dale la oportunidad –comentó Artemisa.— ella es más fuerte ahora.

—No, es mi hija y si alguno de esos cabrones le da un mal golpe le voy a arrancar los ojos –dijo serio.

—También es mi hija –objetó ella.— y necesita saber defenderse, ¿recuerdas todas las veces que tuve que defenderme por mi propia mano porque mi magia no funcionaba? Deja de ser tan paranoico, Alessandro –levanté una ceja. Artemisa era la única que se atrevía a hablarle así a papá sin temor que la decapitara, bueno, yo también lo hacía pero cuando perdía la paciencia.

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