Capítulo 21

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Artemisa en multimedia.




Para cuando llegamos a casa las piernas me ardían, pero disfruté de la sensación. El ejercicio me desestresaba, me despertaba y me ponía más alerta.

—Lo veo y no lo creo –una sonrisa se extendió por el rostro de mi tío Luka.— ¿vienes a entregarte, pequeño demonio? Creí que eras más inteligente –entorné los ojos.— ven aquí, diablilla, te extrañé –me estrechó en sus brazos, a mis fosas nasales llegó el característico olor que mi tío siempre poseía; menta y lavanda. Correspondí a su abrazo.— que alguien me de un pellizco porque no puedo creer que me estés abrazando –me agarró de las mejillas y examinó mi rostro.

Como si supiera lo que pasaba dentro de mi, una sonrisa cómplice se apoderó de su rostro.

—Vaya, al final de todo hasta los demonios más crueles tienen corazón –giré los ojos.— Alessandro tenía razón cuando dijo que tus ojos poseían el brillo del amor.

—No estoy enamorada, solo... encontré a mi mate –mi tío bufó.

—Es lo mismo, niña, es imposible no amar a tu alma gemela, puede que lo evites y huyas de eso, pero al final del día caerás a sus pies –suspiró con dramatismo.— anda, entra, tu familia te espera, pequeño demonio.

Entré a la casa y lo primero que vi fue a Ares correr hacia mi con emoción. Rápidamente lo abracé cargándolo en mis brazos, era pesado, pero podía con él.

—Creí que estabas muerta –me abrazó con fuerza. Mi corazón se estrujó con tristeza.— mamá y Eros dijeron que te habían visto y que estabas bien, pero pensaba que solo lo decían para que no pensara lo peor –lo apreté.

—Estoy bien, estoy sana y salva, cariño, no te preocupes –sequé las lágrimas de su hermoso rostro.

—Es la primera vez que lloro por una mujer –me miró mal.— no se lo digas a nadie –me señaló amenazante. Reí.

—Te lo prometo, mi corazón –lo dejé en el suelo.

Levanté la vista y me encontré con toda mi familia.

Mi padre, mi hermano, mi tía Elisa y mi tío Apolo. Y... Artemisa.

—Dado lo último que hiciste antes de irte de este lugar, debería recibirte a latigazos –habló mi padre con autoridad.

—Pero no lo harás porque soy la luz de tus ojos y me amas mucho –lo miré divertida.

—No tientes tu suerte –me jaló por un brazo y me apretó en un fuerte abrazo.— te extrañé –susurró en mi oído.— pero estás castigada –reí.

Saludé a los demás quienes me ahogaron con sus abrazos. Vaya, y yo que creía que me asesinarían apenas pisara esta casa, al parecer es cierto que el amor es más fuerte que el odio. A la última persona que dejé por saludar fue a Artemisa, dado que lo que detonó el desastre de la última vez fue un problema entre ella y yo, sería mejor no volver a repetirlo.

No podía tentar a la suerte.

—No te molestes –dijo cuando llegue a ella.— se que no quieres hacerlo, no te obligaré –me encogí de hombros.

Bien, mejor para mi.

Al ver mi indiferencia ante la suya sus ojos rebelaron el dolor que estaba soportando, hacerse la fría no era lo suyo.

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