Capítulo 34

1K 147 28
                                    

Kerem, el primo de Hades en multimedia.






Artemisa se quedó dormida en mi cama, no la culpo, estaba exhausta. Sin embargo yo, no pude dormir, no con todo lo que me había contado.

Mi familia estaba hecha un caos y el causante era Hades.

Su problema era conmigo, no con ellos. Esto ya se había vuelto personal.

Me fijé en Artemisa, estaba mucho mas delgada desde la ultima vez que la vi, tenía unas grandes ojeras y a pesar de que estaba dormida, no se mostraba relajada, su rostro mostraba preocupación.

Jamás fui cercana con ella, de hecho, siempre traté de alejarme lo mas posible de ella, sin embargo, ahora debíamos trabajar juntas para salir de esto. No era un plan que me agradara, puesto que, aún la despreciaba, no obstante, situaciones desesperadas requieren alianzas desesperadas.









(...)







Layla nos ordenó a mi y a Artemisa junto con otras dos muchachas, servirle la comida a la familia. Honestamente, prefería desplumar pollos a tener que servirle a esos malditos, no había humillación más grande que esa. Desde la mirada de superioridad de Ayşe hasta la indiferencia de Hades. Desde la charla que tuvimos en su despacho no se ha vuelto a dirigir a mi, apenas me mira. No se si deba estar feliz o preocupada, pero tenía que hablar con él sobre la presencia de Artemisa aquí, no es algo que pasaría desapercibido.

—Cada día traen sirvientas más lindas a este lugar –bromeó Kadir con la mirada fija en Artemisa.— yo que tú aprovecharía mi posición, sobrino –le dio a Hades una asquerosa sonrisa.

Hades no dijo nada, se limitó a comer.

—¡Estúpida, no sabes hacer nada bien! –Ayşe le tiró a Artemisa la jarra de jugo encima.— ¡salpicaste mi vestido!

—No fue mi intención –se disculpó.— no volverá a pasar.

—Para que aprendas una lección –atrapé la mano de Ayşe antes de que golpeara la mejilla de Artemisa.

—Fue solo un poco de jugo, no es para tanto –ella me miró indignada. Miró a Hades en busca de ayuda, pero este se hizo el desentendido.

—Limpia el desastre, Perséfone –fue lo único que dijo.

Ayşe volvió a su lugar dándome una mirada llena de desprecio, yo fui por un balde con agua y un trapo para limpiar los restos de jugo en el piso. Artemisa y las demás desaparecieron en la cocina.

¿Por qué defendí a Artemisa? No me importa más mínimo lo que le pase, sin embargo, si algo le sucede mi padre quedaría devastado y es algo que no podría permitir.

Terminé de limpiar y volví con los demás.

Al verme, Artemisa corrió preocupada hacia mi.

—Dios, lo que te han hecho –me miró con pesar.— te juro que los haré pagar, mi niña...

—¿Qué harás? ¿Llorar como siempre haces? –giré los ojos.— procura no hacerte notar y aléjate de los problemas –me separé de ella dejándola con la palabra en la boca.

Debido a la situación, no debía hablarle así, pero el rencor en mi pecho se hacía presente cada vez que la veía, era algo insoportable.

—El amo la ha llamado a su despacho –me avisó Layla.— tú, ve a limpiar los baños con las otras –le ordenó a Artemisa.

Después de darle una última mirada, fui al llamado de Hades. Sabía que lo que me tuviera que decir se trataba de Artemisa, tenía que sacarle información sobre el paradero de mi padre y mi hermano.

Entré sin tocar, algo que podría pasar desapercibido para algunos, pero no para esta gente. Ellos se tomaban muy enserio el avisar antes de entrar a un lugar, así que, entrar sin tocar al despacho de Hades era como faltarle al respeto, algo que me complacería.

—Si vuelves a entrar sin anunciarte haré que tu madre le haga lo mismo a Kadir –mis ojos lanzaron llamas.

En efecto, Hades sabía quien era Artemisa.

—¿Qué hace ella aquí?

—¿Te preocupa lo que le pueda pasar?

—Si lo que pueda pasarle me afecta, sí, ¿cuál es tu propósito con todo esto? –me observó.

—Creí que te hacía falta algo de compañía y, ¿qué mejor compañía que tu madre?  –furiosa, lo miré a los ojos.

—¡Estoy harta! –grité.— ¿qué demonios es lo que quieres de mi? Escucha, has conmigo lo que se te pegue en gana, pero a mi familia hazla a un lado –estampé las manos en el escritorio mirándolo fijamente con el rostro demasiado cerca del suyo.— ¿por qué no me quitas las putas runas de los brazos y tenemos una pelea justa? –siseé.— ¿o es que soy más poderosa que tú y tienes miedo de eso? –desafié.

—Si fueras más poderosa que yo, hace tiempo te habrías liberado de esas runas –habló con tranquilidad.— y deberías agradecerme la lección que te estoy dando, hoy defendiste a tu madre, algo que nunca antes habías hecho –me quedé helada.

—¿Cómo...? ¿Qué sabes?

—¿Qué no se? Sería la pregunta –levantó la ceja.— vuelve al trabajo.

—No –negué.— dime en donde están mi padre y mi hermano –frunció los ojos.

—Deberías replantarte en quien confías, Perséfone, solo que cuando lo hagas te llevarás una sorpresa muy desagradable.

Granate Donde viven las historias. Descúbrelo ahora