Capítulo 31

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La tía de Hades, Dilara, en multimedia.



Para cuando desperté ya se había hecho de noche y mi estomago rugía fuertemente, me sentía débil y en cualquier momento me desmayaría.

Sentí mis dedos pegajosos, bajé la mirada y los vi cubiertos de lo que parecía ser alguna crema.

Me levanté para ir a la cocina apoyándome de las paredes, con cuidado de que no me vieran, aunque, honestamente no estaba siendo tan precavida, el hombre dentro de mi era quien me gobernaba.

—Señora –Ibrahim hizo una reverencia.— parece enferma, ¿le sucede algo?

—Tengo hambre –susurré. Tenía los ojos llenos de lágrimas, no podía creer que estaba en esta situación tan deplorable.

—Siéntese, le serviré –él puso frente a mi un plato lleno de comida, no supe lo que era porque tenía miedo que nos descubrieran y me quitaran la comida. Pero estaba deliciosa.— ¿quiere más? –preguntó mirándome sorprendido al ver el plato vacío. Asentí.

—Gracias, sentía que me iba a morir –dije cuando estuve satisfecha.— ¿qué haces aquí? Aparentemente todos están durmiendo.

—Lavo los platos –señaló la pila detrás de él, rayos, no terminaría en un buen rato.

—¿Normalmente dejan ese desastre? –negó.

—Es mi castigo por querer ayudarla –me miró.— desde que nací he servido para el amo Hades, así que mi castigo no fue tan severo... no esta vez, al menos –suspiré.

—Te ayudo –me levanté, pero él negó.

—No es nada, usted mejor vuelva a su habitación antes de que la descubran, puede meterse en problemas –me miró con pesar.

—Vale, muchas gracias, Ibrahim –me despedí y salí de ese lugar.

Me dirigí a mi cuarto, pero unas voces captaron mi atención.

"La curiosidad mató al gato" dijo una voz en mi cabeza.

"Los gatos tienen siete vidas" le respondí.

Me acerqué a la puerta para escuchar mejor.

—No está de más recordarle, señor, que usted no puede tener intimidad con esa chica hasta devolverle la pureza –era la voz de Dilara, la esposa de su tío.

—Y si lo llegara hacer, ¿qué? –desafió Hades.

—Sobrino, son nuestras costumbres, así como la unión familiar...

—De ninguna manera dejaré que te acuestes con mi mujer.

¡¿Qué?!

No fui consciente de mi grito de desconcierto hasta que tuve tres cabezas frente a mi. Aquellas personas me miraban con enojo, quería hacerme pequeña y desaparecerme entre la tierra.

—¿Qué escuchaste? –Dilara me tomó por los hombros sacudiéndome.— ¡responde!

—Tienes cinco segundos para soltarla –habló Hades con tranquilidad. De inmediato, Dilara me soltó.— el hecho de que yo me esté tomando libertades con mi mujer, no quiere decir que ustedes también lo puedan hacer, recuerden su lugar y nunca olviden que ella es su reina y tomaré cualquier falta de respeto hacia ella como mía, ¿de acuerdo?

¿Y a este que mosca le picó?

Según él, nadie podía faltarme al respeto, pero él no hace nada cuando Layla o los demás me tratan como si fuera basura. Imbécil.

—Sí, señor –dijeron al unísono.

—Tú, ven conmigo –me tomó con fuerza por el brazo y nos introdujo a lo que parecía ser un despacho.

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