Capítulo 9

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Porfa ténganle paciencia a Perséfone, es y será un poco castrosa, pero es parte fundamental para el desarrollo del personaje. (Aviso porque seguramente ya la odian jsjsjs)


Joder, joder, joder.

¿Qué le diría ahora? ¿Qué el agua de su casa es mágica y me curó milagrosamente?

—¿Qué? –me hice la desentendida.

—Tus heridas –señaló mi rostro y mis brazos.— ya no están, estás curada –levanté las cejas.

—¿Estaba herida? No lo recuerdo –hice un puchero confundida.

—Perséfone, yo te vi, estabas rasguñada por todas partes, llena de sangre –se acercó a mi.— no estoy loco, yo se lo que vi.

—Pues yo creo que si lo estás –me encogí de hombros.— en ningún momento estuve herida, Gabriel, creo que el verme así te hizo imaginarte cosas –pasó las manos por su cara en señal de frustración.

—Primero lo de la planta y ahora con las heridas, ¿mañana qué será? ¿Eh? –sonrió sin ganas.— no me importa si eres bruja o hija del mismo diablo, pero no me mientas, Perséfone –me señaló.— ni me hagas parecer que he perdido la cabeza.

Bien, no era hija del mismo diablo, pero mi padre no no distaba de serlo.

—¿No crees que se de la existencia de todos ustedes? En el pueblo, mezclándose con nosotros, actuando como si fueran normales –levanté una ceja.

—¿Somos anormales entonces? –por su rostro cruzó la expresión de satisfacción, como si hubiera conseguido lo que quería.

Joder, caí en su juego.

—Aceptaste que no eres normal –dijo complacido.— ¿eres una bruja?

—¿Parezco una bruja? –me miró con diversión.

—¿Estás diciendo que las brujas son feas?

—¿Me estás diciendo bonita? –inquirí. Él sonrió.

—No negaré lo obvio –dijo simple.— pero repito lo que te dije, me vale tres pepinos si eres bruja o no, no, solo no actúes como si estuviera loco, que me dan ganas de saltar por la ventana –me mordí el labio para disimular mi sonrisa.— vaya, parece que si sabes sonreír, después de todo –lo empujé. Él atrapó mi mano en la suya.— bien, puede que este lugar no soporte el poder de quien quiera que te esté persiguiendo, pero...

—¿Pero?

—No lo sé, iba a decir una frase heroica, pero esas criaturas pueden acabar con todo esto con su dedo meñique –reí. Él me miró curioso.— así que tienes sentido del humor –negué.— buenas noches, Pétalo –levanté la ceja.

—¿Pétalo?

—Perséfone... Pétalo, te queda –dijo con diversión.— además de que Perséfone era la diosa de las plantas... y Pétalo... bueno, te queda –repitió.

—Creí que te caía mal, y ahora no solo me das refugio, sino que también me pones un apodo.

—No me caías mal, es que tu actitud no es muy agradable y en algunas ocasiones da ganas de arrancarte la cabeza –ladeé la cabeza.— pero en este rato, has actuado como una persona normal, nada de malas actitudes ni desaíres, quizás es porque tu nivel de odiosidad está descargado y eso te permite ser buena –negué chasqueando la lengua.

—Yo no soy buena.

—Yo creo que sí, Pétalo.










(...)








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