Capítulo 75

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Desperté sintiendo el roce de algo suave bajo mi mejilla. La tela de las sábanas era fría y conocida: estaba en mi cama, en el palacio. Abrí los ojos lentamente, y al principio, todo era borroso, envuelto en un gris opaco. Parpadeé tratando de enfocar mi vista.

El cuarto estaba en penumbra, con las cortinas cerradas y apenas un rayo de luz filtrándose por una esquina. Respiré hondo, sintiendo el aire fresco llenando mis pulmones, pero mi respiración se vio interrumpida abruptamente.

El aire estaba bañado de un aroma a arándanos y vainilla.

Pensé que lo había soñado, ¿o aún sigo dormida?

Me senté en la cama con intensiones de ponerme de pie, esperé unos momentos hasta estar segura de que no me caería de cara contra el piso.

Me apoyé sobre la pared y salí del cuarto.

Definitivamente aún seguía dormida, conocía donde el dueño de aquel aroma se encontraba y no era en el palacio.

En todo mi trayecto hasta el jardín secreto, no me separé de la pared, me sentía mejor que antes, no obstante, aún percibía la falta de fuerza en mis piernas, pero debía llegar hasta mi destino.

La espalda de Hades me dio la bienvenida al entrar al jardín. Mis piernas no pudieron más y caí sentada en el suelo, al escuchar mis quejidos, Hades fue en mi auxilio.

Yo aún no podía creer que lo tenía enfrente.

Hades antes tenía la mala costumbre de meterse en mis sueños y llenarme de terror, supongo que ahora lo está haciendo para desearme un feliz cumpleaños, todo cobraba sentido.

Teniéndolo frente a mi, nuestro último encuentro juntos se repitió como televisión en mi cabeza, desatando mi ira.

—¡IMBÉCIL! –le grité empujándolo.

Intenté ponerme de pie, pero mis piernas no me lo permitieron.

—Eres un mal nacido –escupí furiosa.

—Perséfone...

—Me hiciste sufrir mucho –comenzó a picar detrás de mis ojos.— me engañaste, me dijiste cosas horribles... eres un hijo de puta –quise lanzarle un zapato, pero me di cuenta de que estaba descalza.— no tuviste el valor de decirme lo que hiciste.

Vaya, hasta en mis propios sueños me humillan.

—Fue por tu bien... –comenzó diciendo.

—Ahórrate el discurso –lo empujé.— ya se la razón por la cual ahora soy inmortal, no obstante, no había por qué ocultármelo.

—Te ibas a enojar...

—¡¿Y AHORA ESTOY FELIZ?! –bramé furiosa.— no te costaba nada decirme la verdad –me crucé de brazos.— ¿por cuánto tiempo pensabas callar?

—Todo el que fuera posible –contestó encogiéndose de hombros como si nada. ¡PERO QUE DESCARO!

—¡Eres un hijo de puta! –le pegué en el hombro.— y no conforme con ocultarme la verdad, me destrozas emocionalmente.

—No podía retenerte por siempre a mi lado –intentos acercarse a mi, pero lo detuve.

—¿Por qué no? ¿No fue para eso que me hiciste inmortal? –su mirada se endureció.

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