Capítulo 62

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Después de escabullirnos por algo de comida, Hades y yo volvimos al jardín. Buscamos mantas y almohadas, fue como una pijamada.

—¿No crees que pensarán cosas erróneas cuando se den cuenta de lo ausentes que hemos estado todo este tiempo?

—Pues erróneas no son –dijo divertido jugando con mi pezon derecho.

Olvidé mencionar que después de buscar las cosas, tuvimos una un apasionado e intenso momento de sexo. En este momento ambos parecíamos sacados de una pintura de época, yo con las sábanas de seda entrelazada en mi cuerpo, y el cubierto de la cintura para abajo, ambos rodeados de bellas flores cuyos pétalos caían sobre nosotros.

Sin duda uno de los mejores momentos que he vivido en este palacio. Lo atesoraría por siempre.

—También... es decir, ya que estamos así, también quiero confesar algo –balbuceó, ¿Hades balbuceando? Esto no podía ser real.— muchas cosas las hice en gran parte para que me odiaras –fruncí el ceño.

—¿Por qué?

—Aún no te lo puedo decir –suspiré con pesadez.

—Y volvemos a lo mismo; verdades a medias –él esquivó mi mirada.— no discutiré porque no quiero arruinar el momento, pero queda pendiente –él rio.— pero debes estar feliz, lograste que te odiara.

—¿Me odias ahora? –besó mis nudillos. Lo miré mal.

Viéndolo tan relajado y juguetón me hizo pensar muchas cosas, cosas de las que me daba miedo pensar en voz alta. Cosas que me asustaban hasta la médula y que si eran reales, necesitaba que el mismísimo Dios bajara y me brindara su ayuda.

"Dilo" dijo Azula.

No, no podía ser, era culpa del lazo. Hades y yo éramos buenos amigos, éramos muy parecidos y por eso era que nos llevábamos tan bien (algunas veces). Era culpa del lazo que una parte de mi cerebro intentara confundir las cosas.

—Tengo preguntas y quiero aprovechar que estás de buen humor para hacerlas –interrumpí los pensamientos de mi cabeza. Él me miró con interés.— si te incomodan me dices.

—Vaya, estoy sorprendido.

—Hades, realmente valoro y aprecio que te abrieras conmigo, sin yo pedirlo en el momento, entiendo que hay cosas de las que me hablarás cuando estés listo, no te apresuraré –me miró con la boca abierta.

Lo que vi en los recuerdos de Hades realmente cambió algo en mi, quería... quería intentar arrancar esos malos recuerdos de alguna manera, quería ayudarlo, que no se sintiera solo. Después de todo, él había salvado a mi familia, me salvó la vida... me salvó de mis demonios, si bien él había hecho cosas horribles, creo que era tiempo de que por primera vez, se sintiera entendido y apoyado.

Dios, quería abrazar a su niño interior y llevarlo conmigo lejos de esos malditos.

—Sabía que estar dentro de mi cabeza era traumarte, pero no tanto como que ahora seas amor y paz –dijo desconcertado.— de hecho, esperaba cualquier cosa, menos esto –lo miré mal.— perdón, pero mi mente no es un lugar agradable –giré los ojos.— Perséfone...

—Hades... –le di un zape.— exactamente, ¿en qué trabajas? Es decir, ¿qué es lo que reinas?

—Un pueblo –entrecerré los ojos. Él rió. Honestamente su risa se había convertido en mi sonido favorito.— Layla no te lo dijo, pero... el castigo que tuve que pagar a cambio de poseer el poder que tengo fue la inmortalidad...

—Eso ya lo sabía...

—Si no te callas te voy a lanzar por el acantilado –le saqué la lengua.— como seguía diciendo, fui "maldito" por así decirlo, para pasar toda la eternidad gobernando el inframundo como si fuera el mismísimo Dios Hades –levanté las cejas.— ¿por qué crees que hasta los muertos me temen?

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