Capítulo 24

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Volví a bajar cuando llegó la hora de la cena, no saludé ni dije nada.

—¿Estás bien? –preguntó Artemisa. Asentí.

—Podría estar mejor –contesté dando un bocado mi cena.— les agradecería que no me hablaran, no estoy de humor.

—Perséfone...

—Mañana saldré con mis amigos –avisé.— estoy devuelta en Grecia, así que volveré a mi vieja vida, aquella en la que no me importaba nadie más que yo, en la que no conocía lo que era el amor y en donde solo pensaba en mi –sonreí con amabilidad.— buenas noches a todos.

—Así se habla, Percy –apoyó Ares. Vi a Eros darle un zape.

No esperé a que nadie dijera nada más y volví a mi habitación.

Llené una mochila con un poco de ropa y cosas esenciales que necesitaría luego. Bajé rápidamente a la cocina en busca de provisiones. Y reuní alrededor de veinte mil euros, ya que siempre solía dejar dinero en la ropa o tirado por la habitación. Si lo manejaba bien, ese dinero me duraría por un tiempo.

Esperé a que todos fueran a dormir y de inmediato me vestí con ropa cómoda y abrigadora.

Miré por la ventana, no podía saltar desde esta altura y si ato una sábana correría con el peligro de que el nudo se soltara. No se me ocurrió nada hasta que mis ojos captaron un árbol que me sería muy útil. Enganché la mochila en mi hombro y estiré las ramas del árbol hasta que llegaron hasta donde yo estaba, lucían frágiles, así que las acaricié llenándolas de fuerza, lo que las hizo más firmes y resistentes para soportar mi peso.

Me aferré a la rama y poco a poco la fui disminuyendo hasta que llegué al árbol. Me tomé unos segundos para mirar la casa que tenía a metros de mi, al único que extrañaría sería al pequeño Ares, al cual le dejé una carta por debajo de su puerta diciéndole lo mucho que lo quería y que me perdonara por irme, pero no podía quedarme sin antes hablar las cosas con mi mate. Esa fue una pequeña mentira para que no se sintiera del todo triste, pero yo no planeaba volver a esa casa.

En esa casa no había nada que me anclara a quedarme ahí.

No había ningún lugar al que pudiera llamar "hogar", creí que lo tenía, pero se escurrió entre mis manos como agua.

No tenía un plan, mi único objetivo era largarme de donde no era feliz.

Me dirigí a mi jardín secreto. Este era el único lugar al que se me ocurrió ir a las tres de la mañana. Debía tener un plan listo para cuando se dieran cuenta de mi ausencia, debía pensar donde me quedaría a partir de ahora y de qué viviría.

Era mayor de edad y era bonita, cualquier restaurante podría contratarme como mesera ya que gracias a mi físico pensarán que eso les atraerá muchos clientes. También tenía mi don con el que podría empezar a vender flores, pero dada mi situación necesitaba un empleo de manera rápida, soy consciente que del poco dinero que tengo y que en algún momento se acabará.

En medio de mi caminata, unos tipos se dieron la vuelta y empezaron a seguirme. Suspiré, lo que faltaba.

—¿A dónde tan sola, mamacita?

—Es una noche fría, ven a darnos calor, pequeña –giré los ojos.

—Esta se ve mejor que la de anoche, ¿ves que no huye? Parece que quiere que le hagamos cositas –arrugué la cara asqueadas.

¿La de anoche? Hijos de puta.

—Pues yo no le entro, a mi me gusta cuando gritan desesperadas.

Eso fue el colmo.

Me giré y sin mediar palabra, con mi magia hice como si tuviera sus miembros en mi mano, cada vez que apretaba mi mano con mas fuerza, sus miembros amenazaban con estallar.

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