Capítulo 25

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Me estiré en la cama sintiendo la deliciosa fricción de la suave seda contra mi piel. La superficie debajo de mi era tan blanda y acogedora que se sentía como si estuviera sobre nubes.

Abrí los ojos de golpe cuando mi mente fue atropellada con los recuerdos de los últimos acontecimientos.

¿Qué fue todo eso? Nunca antes había presenciado ago tan... sobrenatural.

Lancé las sábanas a un lado y mis ojos cayeron en mi ropa. Traía puesto un camisón de seda rosa pastel. Mi mirada recorrió por toda la habitación y un hueco enorme se hizo en mi estomago.

Esta habitación era totalmente desconocida para mi.

Tenía muebles muy antiguos, preciosos sin duda alguna, no obstante, no me detuve a admirar su belleza y me dirigí a la puerta rápidamente. Intenté abrirla, pero no accedió. Traté hacer uso de mi magia, pero mi sangre empezó a hervir. Un grito de dolor abandonó mis labios dejándome sin aliento.

Miré mis muñecas y en ellas habían unos símbolos extraños. Ahí caí en cuenta de que me metí  en un gran lío. Vale, sabía que esto desde un principio andaba mal, pero no sabía que tanto.

—¿Qué demonios me hicieron? –susurré adolorida.

Furiosa, le di una patada y empecé a andar por el cuarto en busca de una salida.

Me acerqué hacia las ventanas y descubrí que había un gran balcón de piedra que poseía muebles en color negro al igual que los anteriores, azul esmeralda. Caminé en dirección al el barandal de piedra y me paralicé al ver unas cuantas tumbas en lo que solía ser el jardín.

¿Una habitación con vista a un cementerio? ¿Qué clase de persona sería feliz al ver eso al despertar? Aunque, esto le daba respuesta a la pesadez del ambiente.

Mis padres seguramente estarán vueltos locos buscándome, y no tenía ni la más mínima idea de lo que me esperaba en este lugar, pero no cabía duda alguna que sería algo malo, podía sentirlo.

Regresé a la puerta e intenté abrirla nuevamente, para mi sorpresa y alegría, se abrió esta vez.

Al salir, todo estaba en silencio total. No miento cuando digo que sería capaz de escuchar caer un alfiler en este lugar. Sin perder tiempo, caminé sin rumbo con esperanza de encontrar la salida, aunque era consciente de que no lo haría o que me atraparían antes de hacerlo.

Soy realista después de todo.

—¿A dónde crees que vas?

Vale, fue la segunda opción.

Me giré encontrándome con una mujer realmente hermosa, tenía el cabello castaño oscuro y ojos verdes que me miraban con frialdad. Traía puesto un vestido de los que solían usarse en la realeza antigua, creo... supongo, era muy parecido a los que solía ver en las series de época medieval.

—¿Quién es usted? –pregunté con firmeza.

Puede que esa mujer sea la puta reina de cual sea este lugar, pero no demostraré que estoy asustada hasta los huesos. Jamás.

—¿Quién te dejó salir? –ignoró mi pregunta.

—¿Quién es usted? –repetí. Ella me miró con superioridad.

—Si intentas escapar, será en vano, esas runas en tus brazos evitan que hagas uso de tu magia, cada vez que intentes hacerlo tu sangre se convertirá en fuego y sucederá lo mismo si te alejas del palacio –se acercó a mi lentamente, me quedé anonadada viendo la gracia con la que se movía.— vuelve a tus aposentos, Perséfone.

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