Capítulo 29

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Hades en multimedia.




Una chica de la servidumbre vino a despertarme al rededor de las cinco de la mañana, estuve a punto de mandarla al demonio, pero luego recordé la amenaza de Hades, la seguridad de Gabriel dependía de mi.

A diferencia los hermosos vestidos que tenía hasta ayer, el de hoy era prácticamente un chiste, era marrón y demasiado sencillo. La chica alegó que como ahora seré parte de los sirvientes, estoy negada a vestir como la familia.

Como si eso me importara.

Me miré frente al espejo y fruncí la cara, mi pelo estaba en las ultimas. El tinte rojo ya había perdido intensidad y se me notaban las raíces, era un horror.

¿Habrá alguna peluquería en este lugar? ¿O al menos un sitio donde vendan productos para el pelo?

Quise reír, esta gente vivía como seiscientos años atrás, no me sorprendería que no supieran de la existencia de los celulares.

La chica me guió hasta la cocina donde habían más sirvientes quienes hablaban entretenidamente, ¿cómo estaban tan enérgicos a estas horas?

Al verme, se callaron, pero no despegaron sus ojos de mi figura. Algunos me miraban con pena, otros con asombro y unos cuantos con curiosidad. Parecía una criatura exótica para ellos.

—¿Tengo algo en la cara o qué? –solté.

—Perdoné –un hombre hizo una reverencia. Una mujer un tanto mayor lo golpeó en el hombro.

—Está prohibido reverenciarse a ella, ¿quieres que te corten la cabeza? –me miró.— ¿sabes pelar papas, niña? –asentí.— bien, pela esas cuantas y luego ponlas a hervir –señaló las papas en el costal.

—Pero ahí hay como mil papas, ¿cocinan para el país entero o qué?

Algunos soltaron unas pequeñas risitas que fueron silenciadas por la mirada de aquella mujer.

—Escucha, insolente, esta es mi cocina y aquí se hace lo que yo diga, si te ordeno que peles mil papas lo, haces, si te ordeno que mates un pollo y lo despellejes, lo haces, aquí no hay diferencia entre tú y nosotros, solo que, yo soy la que manda aquí –sonrió con suficiencia.— pero si tienes alguna objeción puedes hablar con su majestad –apreté los labios.— ¿no? Bien, empieza a trabajar.

Maldiciendo interiormente, me dispuse a pelar las papas. No bromeo cuando digo que esa horrible mujer quería que acabara con todo el costal.

Al cabo de media hora, no iba ni por la mitad del costal. Había pelado como veinte papas y me estaban empezando a doler las manos, todo gracias al cuchillo sin filo que me dieron, pedí otro, pero se me fue negado. ¿Cómo pretendían que acabara con esto si el puto cuchillo ni filo tenía? Creo que mis uñas eran más útiles que ese utensilio.

—Te recuerdo que esto es para hoy –la mujer interrumpió mis pensamientos.— no querrás que su majestad se entere de que no estás haciendo el trabajo bien –sonrió con superioridad y se dio la vuelta.— ¡tienes una hora!

Derrotada, miré el costal a mis pies, no había manera de que terminara de pelar todas esas papas en una hora, o al menos, podría avanzar un poco más si tuviera otro cuchillo.

—Psss –un sirviente dejó un cuchillo a mis pies y siguió con su camino.

Rápidamente lo tomé y seguí con mi trabajo. Con este si podía hacerlo bien.

Cuando terminó el tiempo ya llevaba un poco más de la mitad de las papas peladas, la mujer me miró sin ganas, pero no dijo nada. Una vez puse las papas a hervir, inmediatamente me ordenaron preparar la mesa.

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