Capítulo 20

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—¿Quién cojones eres tú y qué haces en mi casa? –escupió la voz.

Estaba muy oscuro y no podía ver de quien se trataba, pude ver que tenía el arma frente a mis ojos gracias a la luz de la luna que se filtraba por las ventanas.

—Soy la novia de Gabriel –susurré. No tenía miedo de las armas humanas.

El extraño bajó su arma y encendió la luz.

Inspeccionó mi rostro, pude percatarme que relajó los hombros cuando vio que yo no era una amenaza.

—Mis disculpas, soy Guillermo, el padre de Gabriel –me paralicé.

Vaya manera de conocer al suegro.

Lo observé, era la exacta copia de Gabriel, solo que mucho más mayor y con menos cabello, y, a diferencia de la dulce mirada que Gabriel poseía cuando me miraba, los ojos de este señor eran duros, parecía querer arrancarme la verdad con solo mirarme. Sin embargo, no me intimidó lo mas mínimo, así que le devolví la mirada.

Salí de mi transe y estreché su mano.

—Perséfone –dije amable.— un placer conocerlo... supongo –susurré esto último. El señor me miró.

—Nuevamente, perdona si te asusté, escuché ruidos desde el despacho y al ver una figura que no identifiqué como la de mi hijo, mis alarmas se encendieron –asentí.

—¿Pétalo, dónde...? –la voz de Gabriel se calló abruptamente al ver al hombre que estaba a mi lado.— papá, ¿cuando llegaste?

—Hace algunas horas –respondió.— te escuché llegar, pero como era tarde creí que mejor te vería mañana –me miró.— tu novia y yo ya nos conocimos.

"Y vaya manera en la que lo hicimos." Pensé.

—¿Qué demonios haces con un arma? –preguntó cuando vió su mano.

—Creí que se trataba de un ladrón –contestó.

—¿Tiene pinta de ladrona? –me apuntó.

Vale, amaba la manera en que me técnicamente me estaba protegiendo-defendiendo de su padre.

—No, pero era una extraña dentro de mi casa –levanté las cejas. Gabriel suspiró.

—No es una extraña, es mi novia y si nos disculpas, volveremos a la cama –me mordí la lengua.

No me importaba que mis padres supieran que tuviera una vida sexual activa, pero que él padre de Gabriel se enterara que dormíamos en la misma cama, me incomodaba un poco.

—Buenas noches.

Me apresuré en llegar al cuarto dejando a Gabriel atrás, quien se demoró unos minutos más con su padre.

—¿Qué demonios pasó allá abajo? –fue lo primero que soltó Gabriel cuando entró.— ¿te apuntó? –asentí.— ese viejo está loco, ¿estas bien? –suavizó su voz al preguntar esto último. Asentí nuevamente.

—Sí, no fue nada, además, si me hubiera disparado, habría sanado en unas horas –asintió con el rostro serio.

—¿Ni siquiera las armas pueden dañarte? –negué.

—Si tuviera a mi loba devuelta las únicas balas que podrían hacerme daño o matarme, serían las de plata –frunció el ceño.— cuando mi loba se fue, lo único que me dejó fue el poder de sanar rápido, algo muy considerado de su parte –agregué sarcástica.

—Tu mundo es tan complicado –sacudió la cabeza.— vamos a dormir –me acercó a su cuerpo acostándonos en la cama.— perdón si mi papá te asustó, es un tanto paranoico.

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