Capítulo 17

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Debido a lo que paso el día anterior no volví a salir de la habitación, ignoré la sed y el hambre de mi interior, el orgullo me llenaba. Gabriel vino muchas veces tocando la puerta pidiéndome que saliera a cenar, pero yo me negué. Al día siguiente la puerta aún continuaba sin pestillo, sin embargo Gabriel entró gracias a la llave en su mano.

—Tienes que comer –dijo serio.

—No tengo hambre.

—Escucha, Perséfone, disculpa –dijo más tranquilo.— pero ese cuarto es algo privado.

—¿Por qué? –cerró los ojos suspirando.

—Solo déjalo estar –giré los ojos.

—Está bien.

Él se dirigió hacia mi y colocó las manos en mis caderas acercándome más a él.

—¿Cómo te fue con Maddie?

—Bien, fuimos de compras –él rió.

—Eso ya lo sé, ¿te divertiste? –me encogí de hombros.

—La pasé bien, Madison es divertida, creo.

—¿Crees? –carcajeó.— sí que te cuesta dar cumplidos –giré los ojos.— ¿y no me trajiste algún regalo? –levanté una ceja. Negué.— bien, tendré que cobrarlo por mi cuenta.

Sus labios se apoderaron de los míos llevándolos a un delicioso baile que fueron acompañados por las mariposas revoloteándome en el estómago. No sabía que hacía Gabriel en mi qué provocaba que mis piernas se volvieran gelatina y mis pensamientos solo llevaran su nombre.

—Estoy ansioso por pasar esta noche contigo, Pétalo.

Sí, yo también.

Ven, es hora de que comas, pequeña bruja manipuladora.


(...)

Terminé de ponerme los tacones y me miré en el espejo. Estaba deslumbrada con la chica que se reflejaba en él.

Luego de bañarme, Madison pasó brevemente a ayudarme con el maquillaje, algo sutil que rebalsara mis facciones. Y he de admitir que la chica hizo un buen trabajo.

Mi peinado fue dejar mi cabello liso hacia atrás acompañado de una diadema dorada con forma de hojas.

—Realmente eres la diosa de la primavera –me giré al escuchar la voz de Gabriel.

El ojiazul me miraba boquiabierto con total admiración. Muchas veces me han mirado así, pero que esa mirada provenga de Gabriel... es diferente.

—Tu también te ves muy guapo –sonreí.

El llevaba un traje negro que le quedaba a la perfección, no exagero cuando digo que parecía de parecía de la realeza.

—Es el primer halago decente que te escucho decir –negué riendo.— ¿nos vamos? –ofreció su brazo como un caballero.

El lugar donde se impartía el baile era realmente sorprendente. Gabriel me dijo que era una de las casa de los padres de Aidan, y que siempre celebraban un baile cada vez que volvían con una negocio cerrado con éxito. Esta gente sí que tenía dinero, era una mansión.

Estaba acostumbrada a que hubiera bailes a mi alrededor, después de todo era la hija de un alfa y existen tradiciones de las que no se puede escapar.

—Perséfone –Bruno sonrió al verme.— joder, nena, estas que ardes –Gabriel bufó.— tranquilo, hermano, no te voy a robar a tu chica –dijo despreocupado.— a menos que ella quiera ser robada –me miró coqueto.

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