Capítulo 6

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Porfa ténganle paciencia a Perséfone, es y será un poco castrosa, pero es parte fundamental para el desarrollo del personaje. (Aviso porque la van a odiar jsjsjs)


Ares en multimedia.



Con el corazón en la boca me giré encarando a quien fuera dueño de esa voz.

Se trataba de Gabriel, el chico que andaba con Cece, el chico al que le había dicho de todo por embarrarme de comida, el chico que me salvó de morir calcinada.

En sus ojos se veía claramente el asombro y lo impactado que estaba, el había visto como le devolví la vida aquella planta y ahora no tenía escapatoria.

Aunque podía intentar.

—Hola –dije con normalidad.— ¿qué haces aquí? Creí que estabas con Cece –frunció el ceño.

—Te vi –acusó.— la planta estaba muerta y tú...–tartamudeó.— ¿prácticas brujería? –lo miré como si le hubiera salido un tercer ojo.

—¿De qué hablas? –lo miré como si estuviera loco.— traje la planta hasta aquí porque Cece me dijo que la tirara, pero la rocié con agua y se puso mejor...

—¿Mejor? Mejor que cambió totalmente –se cruzó de brazos.— ¿qué fue lo que le hiciste?

—Mira, Gabriel –me tallé la frente exasperada.— el que tú andes imaginando cosas me vale un bledo, pero no me involucres, ¿vale? –tomé la planta en mis manos.— iré con Cece. Estuve a punto de alejarme, pero él me agarró por el brazo deteniéndome.

—A mi no me engañas, seas lo que seas, te voy a descubrir –sentenció. Mi mirada fue de sus ojos a sus labios, se antojaban. Reí ante sus palabras.

Me liberé de su agarre y fui con la pequeña. A pesar de mi semblante tranquilo las palabras de Gabriel se repetían en mi cabeza, ¿descubrir lo que yo era? ¡Ja! ¿Cómo un simple soso humano podría descubrir lo que yo era? ¿Y si lo hacía, que podría hacer? ¿Acusarme con la policía? Me daba risa.

Los ojos de Cece casi se salieron de sus órbitas cuando vieron a la planta revivida en mis manos, a diferencia de Gabriel, ella sí me creyó cuando dije que el agua le había devuelto la vida, claro, el agua y una que otra oración. Pero obviamente la niña era muy curiosa y siguió preguntando, me las ingenié para evitar sus preguntas y responder vagamente de vez en cuando.

Gabriel se limitó a vernos, más bien, a verme de lejos mientras le hacía una trenza a Cece en el pelo.

—¿Gabriel es tu hermano? –le pregunté a la pequeña.

—No, es mi primo, pero es como si fuera mi hermano –contestó.— él vive aquí, yo no, mi familia y yo estamos de visita por las vacaciones –asentí.— es un muy buen chico y está soltero –la miré con las cejas al tope.— se ve que le gustas, en este rato no te ha quitado los ojos de encima.

—No es mi tipo –dije con una sonrisa.

—¿Cuál es tu tipo?

Los chicos malos.

Cece estuvo a punto de decir algo, pero se vió interrumpida ante la llegada de su primo. Sin embargo, la pequeña niña me miró picara al verlo llegar.

Nadie dijo nada y los jueces de la competencia empezaron a pasar por los puestos apreciando las plantas. Mi corazón se hinchó de ternura al ver como la pequeña se emocionaba dando pequeños saltitos. Pero aquella ternura se esfumó cuando mis ojos chocaron con unos azules que quemaban contra mi piel como si de rayos láser se trataran.

Pero no me intimidó, al contrario, le devolví la mirada con la misma intensidad que el me daba. Era una lucha fuerte por quien sería el primero en romper la conexión y yo no lo haría.

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