Capítulo 23

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Abrí los ojos viendo que estaba en mi cuarto.

En casa.

En Grecia.

La sustancia que papá me inyectó aún me mantenía somnolienta y mi cuerpo se sentía sumamente tranquilo.

Pero por dentro estaba hecha en llamas.

Ni siquiera me permitieron despedirme de Gabriel. Me usaron como si fuera una puta muñeca de trapo e hicieron lo que quisieron conmigo.

No me escucharon, me ignoraron y me drogaron.

Porque claro, ellos eran los adultos, ¿qué iba a saber una niña malcriada como yo de la vida? ¿Del peligro? Según ellos nada, pero les he demostrado que puedo con todo. Sin embargo, aún me siguen tratando como si tuviera cinco años.

No salí de la cama en todo el día. No tenía hambre y mucho menos ganas de ver a los causantes de mis desgracias. Quería dormir, quería desaparecerme de este lugar, no... quería volver a los brazos de mi humano.

Un sollozo salió de mi garganta, y luego otro, y otro, y otro, hasta que mi llanto se escuchó por toda mi habitación.

La felicidad con Gabriel se fue tan pronto como vino.

Literalmente descubrí que era mi mate y al día siguiente me separaron de él, ¿cómo cojones creyeron que eso estaba bien?

Abracé a la almohada imaginando que se trataba del cuerpo de mi Crisantemo. Lo necesitaba, necesitaba sus fuertes brazos alrededor de mi cuerpo, necesitaba que besara mi cara, que acariciara mi cabello y susurrara en mi oído que todo iba a estar bien, que él me cuidaría.

Jamás había sentido una tristeza tan grande como esta.

Me dolía el pecho, no, me dolía el corazón al darme cuenta de que ya no estaría con mi mate. Conociendo a mi familia, no les será difícil desaparecerlo del mapa.

Después de un rato llorando, sentí mi cuerpo pesado, las extremidades me dolían y mi cabeza palpitaba, mi garganta estaba rasposa y adolorida, y mi cuerpo estaba más caliente de lo normal.

Estaba enferma.

No, literalmente lo estaba.

Rara vez me pongo real y genuinamente triste, así que cuando lo hago me enfermo.

La última vez que esto pasó tenía diez años y fue a causa de que el perro que Eros y yo adoptamos murió de vejez. Tardé un tiempo en recuperarme de eso, por lo que ese tiempo lo pasé enferma. Con fiebre, vomito, dolor de cabeza y muchos horribles síntomas más.

Me acurruqué contra la almohada sintiendo como la miseria y la desgracia se cernían sobre mi. No solo no estaba con mi mate, no solo me dolía el corazón, ahora debía lidiar con esta enfermedad hasta que dejara de sentirme triste.

Algo que no creo lograr en mucho tiempo, así que intuyo que la enfermedad terminará matándome.

"Ojalá y lo haga, para que todos se sientan culpables." Pensé.

Escuché que abrieron la puerta de mi habitación, más no me giré. No quería ver a nadie de esta familia, excepto a Ares que no tiene la culpa de nada.

—Son las seis de la tarde y no has comido nada, mi niña –la voz de mi tío Apolo se escuchó adolorida.

No respondí. Una, porque no quería hacerlo, y dos porque me dolía la garganta.

Mi tío tocó mi frente dándose cuenta de inmediato lo que me sucedía.

—Iré por...

—¡No quiero nada! –grité ignorando mi garganta adolorida.— ustedes son los causantes de esto, si muero será su culpa.

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