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Y llegó el día, sí, por mucho que me cueste aceptarlo, así es.
Me despierto con un nudo en el estómago y siento unas nauseas que hacen que no pueda ni beber un sorbo de leche.

Abro el armario y observo mi ropa durante un buen rato, parece que nada me sirve ahora mismo y al final me decanto por ir normal y corriente, con unos vaqueros y una sudadera estará bien, pasaré desapercibida. Siempre había sido así.

Me visto rápidamente, me lavo la cara para ver si se me va el color blanco del susto, y me peino hasta ver que estoy bastante decente, me cuesta bastante, mi pelo es de esos que hacen lo que quieren. Cojo la mochila con un par de cuadernos y el estuche, no creo que sea necesario mucho más hoy.

Este verano, cuando apenas acabábamos de llegar a la nueva ciudad, decidí empezar a conocer el sitio. Pronto aprendí ciertas zonas, mirando en internet descubría sitios interesantes y, hasta una tarde, me acerqué al instituto.
Sí recuerdo bien, era un edificio enorme y hecho de ladrillo, había muchas ventanas, todas ellas con rejas. También tenía varias pistas en su exterior, de fútbol, baloncesto... no estaba nada mal. Me quedé observando todo aquello desde la puerta de fuera que lo rodeaba, hecha de largos barrotes negros y terminados con adornos de flechas en punta.

— Cualquiera se salta las clases — Murmuro, observando el alto de la reja — Como para terminar empalada.

Yo soy de las que hablan sola en ocasiones, eso entra dentro de lo normal, pero algunas veces reconozco que también tengo una conversación con los personajes de algunos libros que leo, aunque eso no lo voy contando por ahí, no quiero que me tomen por algo que no soy.

Dentro de aquel instituto, a pesar de estar cerrado, había un grupo de chicos y chicas, su edad no parecía muy alejada a la mía y me hubiera gustado saludarles. Presentarme al menos, pero, sin embargo, bajé la cabeza para escabullirse cuanto antes. Ese día fue lo más cerca que he estado en todo el verano de charlar con alguien de mi edad.

Y hoy, dos meses después, es el segundo día que llego a este edificio.
Aunque esta vez no solo hay un pequeño grupo de chicos, qué va. Allá donde mire hay gente: en la puerta, en las pistas... muerdo mi labio inferior, apretando el bajo de mi sudadera.
Tengo ganas de salir corriendo sin detenerme hasta llegar a casa y estar segura, pero mi pequeño punto de coherencia me dice que me controle.

Con la cabeza agachada una vez más, cruzo la entrada, sigue habiendo muchísima gente allá por donde paso y me siento agobiada hasta llegar a la puerta principal. Hay una entrada espaciosa, puedo respirar hondo. Compruebo que hay dos filas que comienzan en lo que parece recepción, así que sin saber muy bien qué hacer y viendo que hay tantas personas ahí, me coloco detrás y espero mi turno. Si la gente está aquí es por algo. Avanzamos rápido, pronto es mi turno.

— Disculpe, soy nueva alumna de primero, ¿qué tengo que hacer? — Pregunto a una señora mayor que atiende en una de las ventanillas cuando me toca el turno.

— Mira, allí ese escudo del suelo — Contesta, señalando desde detrás del cristal un dibujo que ocupada un cuarto de la sala, con forma de león y unas siglas en las que ahora no me fijo demasiado, pero alrededor y sobre él también hay un grupo de chicos — Ésa es tu clase. Enseguida vendrá vuestra tutora y os llevará con ella.

— Gracias — Esbozo una pequeña sonrisa acercándome al grupo. No tardan en llegar las miradas curiosas hacia mí.

No pasan muchos minutos cuando suena el timbre. Se arma un revuelo de gente que va para un lado y otro. Nadie se mueve cerca de mi así que me quedo donde estoy. Todo se despeja de un momento a otro. Compruebo que en la espaciosa sala ahora solo quedamos mi clase y, unos metros más a la derecha, lo que parece otra clase, supongo que de segundo, ya que son algo mayores.
Los demás ya han desaparecido.

Unos rápidos zapatos de tacón hacen eco hasta llegar donde estamos. No veo bien, estoy agazapada detrás de los otros, pero escucho la voz de una mujer. Me pongo de puntillas para poder visualizar algo.

— Primero, ¿verdad? — Nos echa un vistazo rápido y sin darnos tiempo a contestar hace un gesto con la cabeza para que la sigamos por un pasillo de la izquierda.

Seremos unos... veinte, contando por encima. Me quedo rezagada, mirando los distintos títulos, cuadros, o dibujos colgados en las paredes del recorrido.

Hemos cruzado un primer pasillo, el siguiente es mucho más luminoso ya que las paredes son grandes cristaleras. Desde ahí veo las pistas del exterior, donde ya se amontonan alumnos alrededor de algún profesor.

— Eh, te vas a quedar atrás — Alguien me habla, ¿es a mí? Si, un chico moreno espera en la siguiente puerta. — ¿Entras?

— Sí, claro — Lo sigo hacia adentro.

Los demás han entrado y elegido sitio, yo ocupo una de las mesas del final, que sigue vacía. Tiene una ventana al lado que da al mismo patio exterior. Me siento, dejando mi mochila sobre la mesa.

— ¿Eres nueva, verdad? — El chico de antes se coloca a mi lado. Bueno, al menos alguien me ha hablado. Algo es algo.

— Si, llegué hace poco a la ciudad. — Asiento — Soy Míriam, encantada.

— Lucas. Mucho gusto. —Me extiende su mano, que estrecho intentando calmarme un poco.

Lucas, como ha dicho que se llama, es bastante guapo, lo compruebo en su saludo. Moreno, con el pelo corto. Parece mayor, supongo que por sus mandíbulas marcadas. Además, tiene unos bonitos ojos azules y parece simpático.
Siempre he sido así de observadora, no me extraña que de vez en cuando me digan que soy un tanto rara, me quedo mirando a las personas, fijándome en cada uno de sus rasgos.

Creo que la va a deciralgo más, pero la que parece nuestra tutora se le adelanta. Está frente a laclase y se aclara la garganta, a punto de empezar

Te quiero sin querer, profesor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora