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Quiero aprovechar cada segundo con Fede, pero desde que estamos juntos parece que el tiempo va en nuestra contra. Aunque claro, yo estaría las veinticuatro horas del día con él.

Llegamos al mes de Abril en un abrir y cerrar de ojos. El clima cada vez es más cálido y podemos disfrutar un poco del exterior, de salir por ahí de vez en cuando.

— Ojalá pudiéramos volver al principio, a cuando nos conocimos... — Le digo, disfrutando de los primeros rayos de sol en mi cara.

— ¿Por qué? — Me mira rápido, extrañado. Pero enseguida vuelve a mirar a la carretera, volvemos del instituto en su moto.

— Para revivir todo de nuevo. Siento que el tiempo pasa muy rápido.

— Ay, pequeña... — Sonríe — Parece que no sabes todos los momentos que nos quedan por vivir. Te aseguro que serán iguales o mejores que los que ya han pasado.

— ¿Mejores? Lo dudo. ¿Tú sabes todo lo que me has hecho sentir con cada tontería que has hecho por mí?

— Por eso mismo, todo eso podemos seguir haciéndolo, no hay motivo para volver atrás, vamos a vivir muchas cosas más, estoy seguro.

— Y... ¿cómo?

— Queriéndonos, justo como lo estamos haciendo. Eso es la magia que tenemos nosotros, que nos queremos cada día un poco más que el anterior.

Miro su perfecto perfil bajo el casco mientras percibo que sonríe feliz. Después de cuatro meses sigue pareciéndome estar soñando.

— ¿Quieres comer en casa? — Le ofrezco.

— ¿Estás sola? — Pregunta con las cejas alzadas.

— No — Me encojo de hombros — Pero, ¿desde cuándo han sido para ti un impedimento mis padres?

Es cierto, de vez en cuando pasa por casa con cualquier excusa, mamá está encantada y lo invita a comer o cenar y yo, bueno, al principio lo veía extraño, ahora simplemente disfruto con poder pasar tiempo a su lado.

— Tienes razón — Esboza una pequeña sonrisa, accediendo a mi propuesta — Espera que aparque.

Deja la moto frente a su casa y cruzamos para llegar a la mía. Sí, sé que estamos superando ciertos límites pero hemos llegado al punto de casi no poder separarnos, es una locura.

— ¡Papá, mamá! — Los llamo en voz alta al entrar en casa. No responden y escucho ruidos en la cocina, así que vamos hacia allí.

Quién iba a mí a decirme hace unas semanas que estaría así de tranquila con mi madre y Fede en una misma habitación, pues al final así es, por muy raro que parezca.

— He coincidido con Fede a la vuelta del instituto y le he invitado a comer, espero que no os importe— Les anuncio cuando entramos juntos.

Mamá, que estaba cortando algo sobre la encimera, levanta la cabeza a una velocidad imposible, lo que me hace ahogar una carcajada.

— Bienvenido — Sonríe, encantada — Pondremos un plato más.

Papá le estrecha la mano a modo de saludo y le pregunta acerca de las clases, de cómo va todo en general.

Charlan animados, creo que ahora el tema es el trabajo de mi padre, pero mamá no les deja mucho tiempo más.

— Vamos a la mesa, que la comida se enfría. — Interrumpe, dándonos un par de platos a cada uno para que los coloquemos en la mesa.

Disfruto viendo a Fede comer, es como un niño con un juguete nuevo.

— ¿Te gusta? — Pregunto divertida.

Te quiero sin querer, profesor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora