57

783 46 14
                                    

No puede haber nada mejor. Quiero a Fede, tanto como él me quiere a mí.
Ambos estamos seguros, pero como en todas las relaciones, siempre hay bajones, ¿no? Me lo tomo así, Fede ha tenido dudas, como puedo tenerlas yo, pero el tema ha quedado ahí.

Esta noche estoy decidida a hablar con papá, sea como sea, aunque tenga que tirarle el móvil o el ordenador portátil por la ventana, pero me va a escuchar sí o sí.
Necesito su aprobación, igual que tuve la de mamá.

Cuando llego a casa ese mediodía él está en la cocina, esta vez enfrascado en la pantalla del móvil. Al llegar miro a mamá, que entiende perfectamente que quiero estar a solas con mi padre. Se va hacia el salón.

— ¿Papá, podemos hablar? — Pregunto, sentándome frente a él.

— Si, cielo, espera un segundo que...

— ¡No! — Interrumpo — Estoy harta de esperar para hablar con mi propio padre, ¿es que tengo que pedir cita para hacerlo?

Se queda sorprendido, ya que yo no suelo ser así, normalmente bajo la cabeza y hago lo que me dicen, pero no, esta vez no. Últimamente me sorprendo a mí misma sacando un carácter que no sabía ni que tenía.

— Vale... está bien — Deja el móvil, todavía extrañado, y me mira — ¿Qué ocurre?

— Quería hablarte del fin de semana, ya sabes, en la casa rural.

Asiente, ahora juntando ambas manos y escuchándome atento.

— Bien, quiero decírtelo yo misma. No quiero que un día, de casualidad, te enteres y todo se estropee.

— Dime, no me asustes. — Entorna los ojos, con el semblante serio.

— Al contrario papá, es algo, mejor dicho alguien que me hace bien, me hace feliz, y por ello quiero compartirlo contigo. — Sonrío al pensar en él y lo suelto sin pensar ni un minuto más — Es Fede.

— ¿Fede? — Frunce el ceño, perdido — ¿Tu profesor? ¿Qué pasa con él?

— Estuve con él este fin de semana, más bien, llevo con él varios meses. Me he enamorado de Fede, papá.

Se queda callado, sin decir nada. Y noto como poco a poco empieza a palidecer, tiene la mirada en otra parte, no sé dónde, pero no aquí conmigo.

— Verás... — Hablo yo, ya que él lleva como un minuto en silencio.

— Pero...pero, ¿cuántos años tiene? — Me sobresalta cuando me interrumpe — Muchos más que tú, además, es... es tu profesor.

— No tiene muchos más años que yo, mamá y tu os lleváis cuatro, él y yo nos llevamos unos pocos más... — Mejor no decirle el número ahora mismo — Y si, es mi profesor y yo su alumna, y así nos comportamos en el instituto.

— No entiendo... ¿cómo ha podido pasar? ¡Es tu profesor! — Repite, parece indignado.

— Ha surgido como cualquier historia de amor, papá. Uno no elige nunca de quien se enamora, eso llega y no puedes evitarlo.

— Vete a tu habitación, por favor. — Habla tan bajo que me cuesta entenderlo.

— Pero papá... — Intento seguir hablando.

— ¡Ahora! — Grita, cortándome toda réplica — Ya hablaremos de... esto.

Hago lo que me dice y subo las escaleras rápidamente, furiosa como nunca. No he podido explicarle nada más, estaba segura que si me escuchaba, lo entendería, con papá todo había sido más fácil siempre.

En mi móvil tengo un mensaje de Fede, tan atento como siempre es él.

— ¿Cómo ha ido con tu padre?

— No demasiado bien. Mañana hablamos, amor. Te quiero.

No contesta, prefiero que no lo haga ahora mismo, así que lo dejo en la mesita de noche.
Busco en la librería hasta encontrar algo que leer, me decanto por Querido John, quizá me haga evadirme del mundo real por una noche.

Trascurre media hora, si no calculo mal, cuando abajo llaman al timbre, no conocemos a mucha gente por aquí, ¿quién puede ser?

A través de los barrotes de la barandilla que da al salón asomó la cabeza, tengo la vista perfecta y enseguida se me acelera el corazón, cuando papá abre la puerta se encuentra con Fede.

— ¿Qué haces tú aquí? — Pregunta con desprecio.

— Verás, sé que no tengo ningún derecho a pedirte esto, pero déjame que me explique — Da un paso atrás, mostrando ambas palmas de las manos.

— Pero... — Papá empieza a enfadarse, su expresión es de completa rabia.
— Sal de aquí Fede, por favor.

— No, déjame terminar y después me voy, o me echas, incluso puedes pegarme un puñetazo si lo crees necesario. Solo quiero que sepas que cuidaré de ella. — Hace una pequeña pausa — Nunca, jamás podría dejar que le pasara nada malo. Es una locura, sí, ella y yo somos los primeros en saberlo... pero no podemos esconder lo que sentimos, ni hacer como que no pasa nada. Lo siento.

Papá se queda callado de nuevo, ¿qué va a hacer, echarlo de casa, invitarlo a pasar...? No tengo ni idea, solo espero que no opte por la tercera opción y quiera agredirle.

— ¿La quieres? — Dice por fin, pasándose la mano por el pelo engominado.

— La amo, por encima de todo — Fede sonríe pero desde ahí puedo ver cómo esa sonrisa no llega a sus ojos.

— Lo único que quiero en esta vida es que ella sea feliz. Y por lo que veo... lo es contigo. — Cierra los ojos y mueve la cabeza a ambos lados — Me va a costar mucho asimilarlo, pensar que mi única hija se ha enamorado de alguien que le saca, cuántos, ¿diez años? —No espera que le responda, Fede no lo hace. Simplemente se mantiene quieto, a la espera de la reacción de papá.

— ¿Qué ocurre aquí? — Mamá aparece en escena desde la cocina — ¿Fede? — Papa la observa, mamá le retiene la mirada.

— ¿Tú lo sabías?

Ella asiente.

— Contra todo pronóstico, ellos se quieren — Habla en voz baja. — Debemos dejar que lo hagan.

Bien, es mi hora. Aparezco en el salón con pasos decididos, las miradas de los tres ahora se fijan en mí.

— No os arrepentiréis, os lo prometo.

Te quiero sin querer, profesor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora