Esperar nunca me ha merecido la pena tanto como ahora. De hecho, todavía no me lo creo. Es como si siguiera soñando una semana después de aquella conversación.
Poco a poco estoy descubriendo a un Fede increíble. Es dulce, amable, atento... y sobre todo me respeta. Como él tantas veces repite, esto es una auténtica locura por muchísimas razones, pero también es cierto que hay algunos sentimientos incapaces de controlar. Me fijé en él desde el primer día, me conformaba con mirarlo desde la ventana e imaginar, simplemente imaginar mi propia historia de amor. Todo eso sin creer que alguna vez él sentiría algo parecido por mí.
La tarde anterior a noche buena decidimos dar un paseo a Tarzán, su perro. Fede suele salir a correr con él y me ha invitado. Pasamos una gran tarde juntos y me divierto, es curioso, pero parece que nos conocemos de toda la vida. De hecho, trascurre el tiempo tan rápido que ni siquiera me doy cuenta de que ha anochecido.
Miro el reloj, son las once de la noche, no he avisado en casa y no llevo el móvil encima...
— ¡Tengo que irme! — Exclamo, levantándome del banco donde estábamos descansando después de varias horas caminando — Es tardísimo, me van a matar.
— ¿Te acompaño? — Se ofrece enseguida — Puedo decirles a tus padres que ha sido culpa mía, que te he entretenido con algún trabajo de clase... no sé.
— ¿Estás loco? — Suelto una carcajada, observando cómo se preocupa — Veamos... llego con mi profesor a casa, en vacaciones, y pasadas las once de la noche — Alzo ambas cejas.
— Esta bien... — Me mira y sus ojos brillan de una manera tan especial que el estómago me da un vuelco — Date prisa, anda.
En cuanto Fede me despide en la esquina, salgo acelerada hacia casa, pensando en la mejor excusa posible.
Abro la cerradura pero antes de pasar escucho: solo hay silencio. Al final voy a tener suerte y no han llegado a casa. Ellos también tienen unos días libres en el trabajo e imagino que están aprovechando.
Subo rápidamente al cuarto de baño para darme una ducha de agua caliente, estoy helada. No tardo demasiado pero, cuando bajo de nuevo al salón, mis padres están entrando en casa.
— ¿Llevas mucho tiempo en casa? — Pregunta mamá en modo sospechoso y mirándome de arriba a abajo.
— Qué va, llegué hace horas — Miento, disimulando porque si consigue mirarme a la cara sabrá que oculto algo.
— ¿Y has cenado? — Pregunta papá colocando algunas cosas en la nevera, deben haber estado de compras.
— Todavía no, os estaba esperando.
Entre los tres nos organizamos bien; uno hace la cena, el otro le ayuda y un tercero pone la mesa, vamos rotando y así, enseguida está todo hecho.
— ¿Al final vienen los abuelos a cenar en noche buena? — Pregunto, recordando que cada año nos reunimos pero esta vez estamos mucho más lejos de ellos.
— Es un viaje demasiado largo para ellos, iremos a visitarles y pasaremos el día allí, pero estaremos de vuelta por la noche — Contesta papá.
Suelen gustarme las cenas en familia, echo de menos los chistes malos del abuelo y a la abuela sin parar de reñirle y haciendo que pare mediante miradas asesinas y algún que otro codazo.
Es tarde cuando me acuesto esa noche, suerte que al día siguiente no tengo que madrugar, pero tengo el horario del instituto cogido y las nueve de la mañana soy incapaz de seguir durmiendo.
Pero, antes de meterme a la cama y como cada día, tengo un mensaje de Fede.
— Que tengas dulces sueños, pequeña — Leo con una sonrisa.
— Lo serán, estoy segura — Contesto.
— Hasta mañana.
— Buenas noches, Fede.
***
No lo recuerdo hasta que a la mañana siguiente, bastante pronto según indica el cielo todavía oscuro, mamá me zarandea por los hombros para despertarme; es cierto, vamos a visitar a los abuelos.
Son más de dos largas horas de viaje en coche; escucho música, duermo unos minutos y al final me decanto por escribirle a Marta para ver cómo está pasando las vacaciones.
Me hace el viaje un poco más ameno, sin apenas darme cuenta casi hemos llegado. Los abuelos nos reciben con los brazos abiertos, nunca hemos estado tanto tiempo sin vernos.
Hay todo tipo de variedad para comer, no sé qué tienen las navidades que hacen que volvamos con unos cuantos kilos de más. Me recuesto en la silla una vez que estoy llena, el abuelo me observa durante un buen rato.
— Has crecido mucho en estos meses, estás cambiada.
— Es lo que tiene tener casi diecisiete años, abuelo — Le sonrío.
— ¿Y ya tienes algún amigo especial? — Interviene ahora la abuela.
Sí, siempre hay alguien que hace la típica pregunta incómoda, si no existe dicha pregunta, no es una comida o una cena completa, está comprobado.
— Claro que no, abuela — Me ruborizo al pensar en Fede — Ahora estoy centrada en los estudios y nada más.
Les digo justo lo que quieren escuchar, porque la respuesta verdadera no creo que les hiciera demasiada gracia. También veo el alivio de mis padres, siguen creyendo que soy una niña.
A media tarde compruebo que tengo un mensaje de Fede, muerdo mi labio inferior y compruebo todo a mi alrededor, por si acaso tengo algún espía por aquí infiltrado. Leo atentamente:
— Hola pequeña. Hoy estaré con mi familia, espero que tú también lo estés pasando bien. Te echo de menos, no te imaginas cuánto.
ESTÁS LEYENDO
Te quiero sin querer, profesor.
RomanceMíriam siempre ha sido una chica tímida y enamoradiza a la que le encanta leer y escribir, a la que le gusta soñar despierta. Hace poco su familia y ella se han mudado a una nueva ciudad, todo parece que va a ser complicado, pero nada es como ella...