Es sábado, por fin.
Ayer, en cuanto mis padres cruzaron la puerta de la casa, los arrollé para convencerlos de que me dejaran ir al famoso cine de verano.Me costó, para qué mentir. Pusieron mil inconvenientes: que sí es de noche, que si es lejos... Pero bueno, yo también tengo mis artimañas y al fin, diciendo que me acompañaban mis amigos y que vendría en cuanto terminara la película, lo conseguí.
Comienza a las diez de la noche, me he informado de todo. Nada más levantarme llamo a Marta para proponerle el plan, pero ella de niega en rotundo, al parecer odia ese tipo de películas. Si ella no viene, Diego por supuesto tampoco, y bueno, Lucas ya... Mejor no preguntarle. La cosa está fría desde hace unos días.
Cuando el reloj da las nueve ya he cenado, salgo de casa prometiendo que avisaré en cuanto llegue y por supuesto, tendré cuidado. He decidido ir en taxi, no hay autobuses a estas horas y andando tendría que cruzar media ciudad y tardaría una eternidad.
Llamo a la empresa de taxis en cuanto me alejo un poco de casa, me dicen que en unos minutos estará aquí así que espero pacientemente.
Cuando me recogen, leo la dirección tal cual me ha escrito Fede, el taxista asiente y nos dirigimos hacia allí. En coche no tardamos ni diez minutos, me deja en el sitio y observo desde lejos. Es como me imaginaba.
La gran pantalla ocupa un espacio enorme en el descampado, hace un poco de frío pero he venido preparada para eso y para todo. Hay muchas sillas, blancas y de plástico, colocadas frente al proyector. Pero no, no quiero sentarme ahí rodeada de gente a la que no conozco y sobretodo, junto a parejas enamoradas.
Me quedo alejada, aunque sigo viendo perfectamente. De la mochila que traigo conmigo saco una manta y la coloco en el suelo, sentándome en ella. Sí, perfecto, estoy lista pero quedan más de cuarenta minutos para que comience la película. Genial, y yo que pensaba que esta noche no me haría falta el libro; debo meterme en la cabeza que un buen libro nunca está de más.
— Así que al final has venido... — Un escalofrío me recorre toda la espina dorsal cuando escucho su voz.
— Hola, Fede — Suelto con un soplo de aire, no lo esperaba, en absoluto, pero me gusta que haya venido. — No podía perderme esto.
— Le has puesto tanta ilusión que yo tampoco — Se encoge de hombros — Has escogido un buen sitio, ¿te importa que te acompañe? Te prometo que no soy de esas personas que no paran de hacer comentarios en las mejores escenas y consiguen arruinarte la película — Sonríe, con las manos a modo de rendición. Es adorable, ¿cómo decirle que no?
Asiento, y por lo que parece, quiere sentarse junto a mí, así que me hago un lado para que haya hueco en mi manta para los dos.
— Tenías todo planeado por lo que veo — Roza la manta con sus dedos.
— Todo no — Arrugo la nariz — Falta media hora para que empiece y no tengo ni idea qué hacer mientras.
— En eso puedo ayudar — Trae una pequeña mochila consigo, de la que saca dos latas de coca cola — ¿Quieres una?
— Gracias — Le digo, cogiendo uno de los botes y abriéndolo. Esto es lo más extraño que nunca me ha pasado.
Estoy aquí, en medio de una explanada en la que hay mucha más gente, pero no estoy sola, ni acompañada por cualquier amigo o amiga, no, yo tengo que estar con mi profesor. Como si estuviera dentro de uno de mis libros y la historia estuviera escribiéndose sola.
— Esto te resulta raro, ¿verdad? — Pregunta, como si estuviera leyéndome el pensamiento. — Lo siento si te he incomodado al venir.
— No, no es eso... — Trago saliva, agradezco que sea de noche y no pueda ver mi expresión — Es... bueno Fede, eres mi profesor y estás aquí.
— Ya... — Junta sus labios — Es cierto, quizá no esté bien. ¿Quieres que me marche?
— ¡No! — Vaya, no he medido mi efusividad — Quiero decir, no hace falta. Por lo que veo, no mucha gente de mi edad está aquí un sábado por la noche. Además, este sitio no está a la vista de cualquiera.
Y es cierto, hay gente que ocupa las sillas, cada vez más según se acerca la hora. Pero no adolescentes, ni gente que tiene menos de veinte años. Y no es por nada, pero este lugar es de los mejores.
— Si así lo quieres — Creo ver que sonríe — Solo espero que no te sientas agobiada ni nada por el estilo, después de la huida del otro día...
Ya, se refiere a nuestro primer encuentro, en cómo salí corriendo.
— Eso tiene una explicación difícil — Susurro, bebiendo un trago de mi bote. — Y ojalá que no quieras saberla.
Asiente, sí, claro que sonríe, ahora no se oculta al hacerlo. ¿Se burla de mí, de lo que digo o cómo actúo? ¿O simplemente está a gusto, tal como yo? ¿Hay algo más? No es lo más normal del mundo que un profesor se encuentre con su alumna de esta manera, pero quiero seguir con la cabeza firme, las ilusiones no siempre te llevan a buen puerto.
Por sorpresa, la pantalla se ilumina ante nosotros, ¿ya es la hora? ¡Qué rápido ha pasado! Miro el perfil de Fede, a mi lado... Debo estar soñando, desde luego. Se apoya sobre sus brazos y mira la pantalla, con los destellos rubios de su pelo iluminados. Suspiro y sacudo la cabeza.
Yo también me giro, ahora sí, la película está a punto de empezar.
ESTÁS LEYENDO
Te quiero sin querer, profesor.
RomanceMíriam siempre ha sido una chica tímida y enamoradiza a la que le encanta leer y escribir, a la que le gusta soñar despierta. Hace poco su familia y ella se han mudado a una nueva ciudad, todo parece que va a ser complicado, pero nada es como ella...