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Lo pasamos bien, genial, hasta diría que demasiado bien. La intensidad de Fede me abruma, pero a la vez me encanta y lo disfruto, no entiendo su cambio de actitud, pero no seré yo quien lo detenga.

Después de disfrutar del partido y de una nueva noche juntos, volvemos a casa. Todo ha sido especial y mágico mientras hemos estado fuera, pero Fede vuelve a cambiar en el ave de vuelta. Apenas dice nada durante todo el trayecto. No le pregunto esta vez, no sé qué preguntarle porque nunca me dice nada.

Cuando llegamos al aparcamiento y está sacando ambos cascos de la parte de abajo del asiento, me aclaro la garganta.

— Amor, ¿todo bien? — Me atrevo a preguntar una vez más.

Se gira hacia mí por un momento y hace una mueca parecida a una sonrisa, pero no llega a ella, esa felicidad no llega a sus ojos, se ha vuelto a esfumar.

Lo observo, intentando saber qué puede ser eso que hace que lleve semanas preocupado, ¿son sus padres? ¿Quizá su hermano? No sé qué pensar.

— Vamos a mi casa — Me dice, cuando se ha colocado el casco y ha esperado para que yo hago lo mismo.

Arranca la moto y nos alejamos del aparcamiento, dejando también atrás un viaje más que hemos disfrutado juntos.

***

Narra Fede

Esto va a ser duro, muy duro. Y lo será porque no quiero hacerlo, no quiero terminar esta relación con mi pequeña.
Ella lo es todo para mí, pero después de lo que voy a hacer, tengo claro que no la merezco.

No merece a alguien tan ruin y miserable como yo. Alguien que le va a romper el corazón después de todas las promesas.
Me odio a mí mismo.

Hemos llegado a casa pero soy incapaz de comenzar.

— ¿Qué pasa, amor? — Cierro los ojos, por favor, que deje de llamarme así, cada vez que una de esas palabras salen de su boca me rompo un poco más — ¿Me vas a decir por fin lo que te lleva preocupando tanto tiempo?

— Si... — Respiro hondo, sentándome a su lado en el sofá. ¿Cómo te despides de alguien a quien sigues queriendo? — Verás, Míriam... — Ahora su nombre suena en mí frío, y así debe ser. Ojalá me olvide pronto. Ojalá no sufra demasiado.

— Vamos Fede, suéltalo y te librarás de ese peso — Pone su mano sobre una de las mías, sonriendo y animándome a continuar.

— Me voy — Siento desgarrarme por dentro cuando digo esas dos simples palabras. No puedo decirle nada más.

— ¿Te vas, dónde?

Cierro los ojos con fuerza y me paso la mano libre por el pelo.

— Tengo que irme, fuera — No quiero darle explicaciones, solo le harían más daño — Lo nuestro tiene que terminar.

— Pero... no entiendo nada — Me mira preocupada, mordiéndose el labio inferior, el mismo que besaría sin cesar — ¿Cómo que te vas? ¿Cómo que terminar, Fede?

— Bien, lo diré de golpe. Creo que esa es la mejor forma — Llevo mis ojos directamente a los suyos — Hace un mes recibí una llamada, me ofrecieron trabajo. Es un puesto que llevo deseando... mucho tiempo, ¿entiendes? Tengo que aceptarlo.

Suelta mi mano, lentamente y con dolor, quizá decepción. Lo siento tanto como creo que lo está sintiendo ella.

— Bien, Fede. Te entiendo.

Su expresión es... sorprendente. Porque no sé qué quiere decir, simplemente creo que no quiere decir nada.

— Verás, no puedo... — Intento explicarme. Estoy completamente perdido ante su reacción.

— No, está bien. Me lo has explicado y lo he entendido — Dice, interrumpiéndome pero con la mirada perdida.

— Pero yo... no quiero hacerlo. — Claro que no quiero, me quedaría aquí con ella, tal y como siempre le he dicho.

— Así es la vida, ¿verdad? Estás en las nubes, disfrutando de cada minuto con la persona a la que amas y de pronto... caes en un pozo. Supongo que es cierto eso de que nada es para siempre — Se levanta, algo nerviosa pero manteniendo bien la compostura.

— Lo siento.

— Y yo Fede, y yo. Espero que te vaya genial en ese puesto — Me muestra su perfecta sonrisa y siento en mi interior un golpe que me dice que es la última vez que la voy a ver.

— Te quiero — Le digo, intentando aferrarme a algo invisible. Esas dos palabras ahora son inútiles, el daño está hecho.

— Adiós, Fede — Dice sin más.

Jamás pensé que cruzaría esa puerta, la de mi casa, para salir y no volver a entrar.

***

Narra Míriam

Al salir de casa de Fede y cerrar la puerta a mis espaldas, noto un dolor fuerte dentro, en lo más hondo. Como si alguien estuviera clavándome un cuchillo tras otro, disfrutando mientras lo hace lentamente.

¿Esto debe ser el dolor que se siente cuando te rompen el corazón, no?
No tengo ganas de llorar, no sé el motivo pero no me salen las lágrimas a pesar de cuánto me duele, como si estuviera dentro de una pesadilla y fuera imposible despertar. 
He disfrutado estando con Fede, lo quiero con todas mis fuerzas, pero... se ha terminado. Él así lo ha decidido.

No puedo reaccionar, estoy como en... shock, mi pecho duele, mis piernas flaquean y mi garganta tiene un nudo enorme, pero las lágrimas no salen, se han quedado dentro, quizá quemándome y produciéndome así mucho más sufrimiento del que ya siento.

Muchas veces me había prometido un para siempre, que ahora se había convertido en hasta nunca. Quizá así lo había querido el destino.

Yo, desde luego, lo único que sabía es que mi increíble historia que parecía indestructible, ahora estaba destrozada.
Todo había acabado.

Te quiero sin querer, profesor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora