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Vuelvo a casa junto a Marta y Diego, ese día comerán juntos y pueden acompañarme parte del trayecto.

Lucas me ha ofrecido llevarme a casa, pero nunca me han gustado demasiado las motos, quizá sea poco atrevida en todos los aspectos, aunque también tiene que ver eso de que mamá se ha pasado la vida metiéndome miedo respecto a ellas. Creo que ella las ve como una especie de máquina de matar, y cualquiera le saca esa idea de la cabeza.

Además, tampoco estamos demasiado lejos, normalmente tardo poco en llegar a casa, y con Marta y Diego el camino se hace más ameno todavía.

Charlamos, hoy me he acercado más a ellos si cabe, sobre todo a Marta, con la que tengo más cosas en común de lo que imaginaba. Ahora ellos hablan sobre una clase en la que han coincidido.

— ¿Y sabes? ¡Me ha pillado con el cigarro! — Dice ahora Marta, riendo a carcajadas — ¿Verdad, Míriam?

— ¿Eh? — Si, la mayoría de veces suelo estar perdida, pero enseguida caigo en la cuenta del tema — ¿Hablas de Fede? ¡Claro que te ha pillado, si no sabes disimular!

— Obviando que sea un profesor, la verdad es que siempre se ha portado — Habla ahora en voz baja — Nunca le ha dicho nada a mis padres, me matarían si se enteraran.

— Parece majo — Doy mi opinión respecto a él, escondiendo las muchas otras cosas con las que podría describirlo.

— ¿Majo? — Marta me observa con las cejas alzadas, después echa un rápido vistazo a Diego, que creo que no se entera demasiado — Si, ya sabes... muy majo — Resalta las últimas palabras, sonriendo.

— Míriam tiene razón, disimulas fatal — Diego pasa el brazo por sus hombros — Se te cae la baba cuando lo ves.

— Cielo, tengo ojos en la cara — Le da un pequeño beso en la mejilla — No puedo disculparme por eso.

Claro, no voy a ser la única en todo el instituto que lo vea. Decir que es guapo es quedarse corto. Es de esos hombres que ves por la calle y tienes que mirar, o sea, casi sin querer. Atrae así sin más, sin esforzarse. Debe ser un don.

Reímos juntos, no sabía lo confortable que era algo así, nunca he tenido nada parecido a esto: un pequeño grupo de amigos.

Me despido de ellos a un par de minutos de casa. No sé dónde van, todavía no sé qué sitios hay por la zona para gente de mi edad.

Caminando en soledad, como siempre, empiezo a divagar. Fede, ¿cuántas habrá como Marta y como yo? Medio instituto, como mínimo.

Estoy deseando llegar a casa para seguir leyendo mi libro. Es una tontería, pero a veces imagino que yo soy una de esas protagonistas que se enamora del hombre al que no puede tener, y que después, él también se enamora de ella y luchan contra viento y marea para poder estar juntos.

Respiro mirando al cielo, no sé si está bien soñar despierta veinticuatro horas al día, pero no puedo cambiarlo.

Desde luego, Fede sería el perfecto chico imposible, mi profesor, nada más y nada menos.
¿Más imposible que una relación así? No creo que haya muchas en el mundo.

Te quiero sin querer, profesor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora