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Después de la interrupción y el susto que nos hemos llevado de buena mañana, los cuatro desayunamos juntos en la pequeña mesa de la cocina. Ha vuelto a suceder de nuevo, ¿qué hubiera pasado si no nos hubiesen cortado? No lo sé, pero me siento extraña.

Fede charla alegre con Santi y Carla, pero yo estoy distraída, pensando en lo que ha pasado hace unos minutos en la habitación.
Ya no hay marcha atrás, se lo he dicho porque de verdad lo deseaba, sí, quiero que él sea el primero, no existirá nunca nadie indicado para ello, solo Fede.

— ¿Estás bien? — Pregunta en voz baja, siempre atento.

— Si, muy bien — Le sonrío, asintiendo.

— Desayuna pequeña, necesitas energía para el día de hoy.

Hoy vamos a hacer una ruta que ha preparado él mismo Quiere enseñarnos algunos de los paisajes más bonitos ya que ha estado repasando el mapa del sitio donde nos encontramos y sus alrededores.

A las nueve de la mañana, cogemos todas las provisiones necesarias y nos ponemos en marcha. Hace un poco de frío pero los primeros rayos de sol empiezan a salir. Estamos a finales del mes de Abril, por lo que el verano y el calor no tardarán mucho en aparecer.

Comenzamos la excursión con fuerza, pero van decayendo según avanzamos.

— ¡Vamos Carla, un poco más! — Grita Santi desde la explanada donde descansaremos tras una gran inclinación hacia arriba. Ella es la única que se ha quedado rezagada, yo descanso sobre mis rodillas, respirando con dificultad.

— Estas en forma pequeña — Me dice, tan tranquilo y como si no lleváramos kilómetros caminando.

Fede me lleva de la mano hasta una piedra plana, perfecta para descansar y desde donde vemos el paisaje de abajo, formado por muchas casas rurales, entre ellas la nuestra.

— Claro amor, ¿qué esperabas? — Le saco la lengua a modo de burla.

Pasa el brazo por detrás de mis hombros y deja un pequeño beso en mi cuello, metiendo la cabeza entre mi pelo.

— Que bien hueles, me encanta tu olor — Inspira con fuerza.

— Tortolitos — Nos llama Santi, llegando a nuestra altura y hablando entrecortadamente debido a la subida — Descansamos aquí, ¿no?

Fede asiente.

— Por ahora sí, luego seguimos pero este sitio está bien para comer.

— ¿Seguir, hasta donde? — Pregunta Carla, que se ha tirado al suelo y no para de beber agua de su cantimplora.

— Un poco más, hasta ahí — Fede señala la cima de una montaña, no está muy alta, pero el sol empieza a pegar fuerte y eso hace que nos agotemos antes.

Sobre las cinco, después de haber comido y descansado, nos preparamos para subir. No sé si es buena idea, solo espero que merezca la pena.

— Si vamos a buen ritmo, llegaremos antes de las seis arriba — Anuncia Fede, mirando el reloj y luego a mí, con una sonrisa.

— ¿Una hora todavía? — La pobre Carla suda sin parar, y Santi tampoco es que vaya sobrado.

— Me parece que esto no ha sido buena idea, ¡con lo bien que estaríamos en esos sofás tan cómodos de la casa rural! — Se queja, poniendo ambas manos en su espalda, destensándose — ¿No se trataba de relajarnos?

— ¡Venga, Santi! ¿Qué hay más relajante que una caminata por el campo? ¡Nada! — Fede no para, envidio su energía, ya que el calor también empieza a hacer estragos en mí, aunque lo aguanto sin decir una palabra, quiero impresionarle.

Tardamos un poco más debido a las constantes paradas a beber agua, por lo que llegamos algo más tarde de las seis arriba.

Es un bonito paraje totalmente desierto, al final sí que ha merecido la pena pasarnos el día caminando. Una vez en la cima, nos tumbamos y disfrutamos de un paisaje increíble y, sobretodo, relajante. Solo se escuchan los pájaros y el viento azotando las ramas.

— ¿Te das cuenta de lo bonito que es esto? — Fede se recuesta a mi lado, en una manta que hemos extendido en el suelo.

— Si, aunque es una pena que haya sido tan corta la escapada — Miro al cielo, de un azul suave.

— En Verano tenemos tiempo para nosotros, habrá muchos más fines de semana como este.

— Eso espero... — Digo, poco convencida. Aunque no me imagino pasar las vacaciones de otra manera que no sea con Fede.

— Tranquila pequeña. Todavía podemos ver anochecer, después nos iremos — Rebusca algo en sus bolsillos, de donde saca el móvil

Con movimientos ágiles conecta los auriculares y me ofrece uno de ellos, él se coloca el otro y pone música.

Reconozco muy pronto la melodía, me encanta. La canción In my veins, de Andrew Belle, enseguida nos acoge.

— Mira la luna, está a punto de salir. — Señala hacia arriba.

— ¿Sabes qué? Siempre he soñado con dormir con la luna observándome. Ahí, tan lejos y a la vez tan cerca que parece que la puedo tocar con solo estirar el brazo — Suspiro, escuchando la preciosa canción de fondo.

— Recuerda que si lo deseas mucho, mucho, todos los sueños pueden hacerse realidad — Dice, sonriendo y besándome la punta de la nariz.

— Entonces... si deseo mucho estar siempre contigo, ¿se cumplirá?

— Estoy seguro — Mueve la cabeza arriba y abajo — Porque no solo lo deseas tú, lo deseamos ambos.

— ¿De verdad? — Muerdo mi labio inferior, escondiendo una sonrisa.

— Claro que si preciosa, solo tienes que cerrar los ojos e imaginarlo — Susurra en mi oído — Vamos, hazlo.

— Imaginaré que estaremos siempre juntos.

— Bien — Asiente — Ahora cierra los ojos.

Le obedezco al instante, junto a la canción y el silencio, su tacto me absorbe proporcionándome calma.

— ¿Y ahora? — Pregunto, viendo ahora tan solo oscuridad.

— Imagínalo... y ábrelos — Los abro, encontrándolo frente a mí, a escasos milímetros — ¿Has visto? Sigo aquí. Lo estaré siempre, mi niña. Siempre.

Te quiero sin querer, profesor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora