68

664 40 16
                                    

No es mi Fede de siempre. Cada día que pasa lo noto más. Sigue igual de cercano a mí, pero de vez en cuando lo encuentro distraído, o mirando el móvil, como si estuviera dándole vueltas a algo, aunque nunca consigo saber a qué.

Por mucho que le pregunto, saca su mejor sonrisa y simplemente me dice que no pasa nada. El problema es que esa sonrisa no llega a sus ojos. No lo veo feliz, es la primera vez desde que estamos juntos y eso me preocupa.

Marta me llama esa tarde para un plan de los nuestros. Iremos a la piscina de Lucas, pero esta vez solo nuestro grupo de amigos.
Invito a Fede a venir, pero tiene cosas que hacer y me dice que nos veremos después.
Es raro que no me diga el motivo, suele hacerlo sin necesidad de preguntarle, pero decido no presionarle, le daré su espacio, en algunas ocasiones es lo mejor.

— Si pasara algo malo me lo contarías, ¿verdad? — Le pregunto antes de bajar de su moto. Me ha acercado a casa de Marta.

— Claro que sí, pequeña. — Suspira — Ahora pásalo bien con tus amigos, ¿me lo prometes?

— Si, amor, te lo prometo.

Me da un pequeño beso en los labios antes de volver a ponerse el casco y alejarse.

Bien, le haré caso y disfrutaré de la tarde, es lo mejor que puedo hacer.

Ya han llegado todos, incluido Alex. Antes nunca venía con nosotros, pero últimamente se apunta a todas nuestras quedadas y se lo agradezco, así puedo hablar con él mientras las otras dos parejas están... tan acarameladas.
Pasamos una buena tarde en la piscina, hacemos una merienda cena de pizzas y alguna cosa más, y cuando empieza a anochecer decido irme para casa.

— Cuéntame cualquier cosa que suceda — Me dice Marta, antes de que salga por la puerta. Me extrañan sus palabras y me doy la vuelta.

— ¿Qué quieres decir? — Creía que entre la tarde anterior y esta, estábamos puestas al día y tenemos toda novedad la una de la otra.

— Tú... solo cuéntame — Me guiña el ojo y sigo sin entender nada, pero se hace tarde, Fede y yo hemos quedado en vernos un rato antes de dormir.

Por sorpresa, cuando llego a su casa y pulso el timbre, nadie me abre. Lo llamo, pero el móvil también lo tiene apagado, ¿Dónde se habrá metido este hombre?

Me doy por vencida, es raro pero no creo que tarde demasiado en recibir noticias suyas. En casa están dormidos, ya casi es medianoche y decido subir a mi habitación, desde ahí veré cuando llega a casa.

Sucede todo tan rápido que apenas me da tiempo a reaccionar; cuando doy el primer paso dentro de la habitación, dos fuertes manos me tapan los ojos y la boca, y una voz que conozco bien me susurra al oído.

— Te suelto ahora mismo, pero no hagas nada de ruido — Es Fede, pero no tengo ni idea de qué hace a estas horas aquí dentro.

— ¡Me has dado un susto de muerte! — Exclamo en voz baja una vez que me ha soltado y puedo verle, pongo una mano en mi pecho — ¿Qué haces aquí... y a oscuras?

— Quería que fueras tú misma la que encendieras la luz — Se encoge de hombros.

— ¿Cómo qué...? — Coge mi mano y coloca algo en sobre la palma. Es un objeto negro, pequeño, no puedo verlo demasiado bien pero es como una especie de interruptor.

— Venga, ¿a qué esperas? — Alza ambas cejas, con una bonita sonrisa en su cara — Púlsalo.

Le hago caso, impaciente, ¿qué habrá hecho esta vez, qué puede habérsele ocurrido?

Cuando lo acciono, en la oscuridad que ahora nos rodea por completo, ahora se iluminan varias estrellas, repartidas por todo el techo de mi habitación, además de una media luna que cuelga de una fina cuerda y que se queda a unos cuantos metros por encima de mi cama, sobre mi cabeza.

— Es... es... ¡Fede! Eres... ¡madre mía! — No tengo palabras, simplemente no sé qué decir ante algo así, pienso que no puede sorprenderme más, pero siempre lo hace.

— Te dije que si deseabas mucho algo, se cumpliría, ¿recuerdas? Ahora puedes dormir cada noche con la luna ahí, mirándote. Toda para ti.

— Y hasta puedo tocarla si alzo mi brazo...

— Eso es, pequeña — Asiente — Y viajar juntos a ella cada noche.

Doy vueltas mientras digiero en lo que se ha convertido mi dormitorio. Ha mejorado por completo, ahora es mágico.

— ¿Quién te ha ayudado a hacer todo esto? — Quiero saber, es imposible que le haya dado tiempo a él solo.

— Bueno... — Se sienta en mi cama, rascándose la nuca — Digamos que solo necesitaba un grupo de amigos tuyos dispuestos a entretenerte, y una madre que quiere ver feliz a su hija.

— ¿De verdad? — Abro mucho los ojos — Mis amigos puedo entenderlo, pero, ¿mi madre te ha ayudado a preparar todo esto?

Asiente repetidas veces, creo que ni él mismo se lo termina de creer.

— Solo he tenido que explicarle lo que había planeado y ha accedido enseguida.

— ¡Eres el mejor! Te quiero, te quiero y... te quiero.

Se queda unos segundos en silencio, mirando directamente a mis ojos.

— Y yo a ti, pequeña mía. Te quiero muchísimo — Dice al fin, con un pequeño suspiro.

Narra Fede

Estoy hecho un lío, ¿quiero hacer esto? Sí, tengo que hacerlo por ella, porque la amo más que a nada y se lo merece.
Ahora que la he dejado en casa de su amigo Lucas, cruzo la calle cargado de bolsas, dispuesto a enfrentarme a lo que sea y sabiendo que todo merecerá la pena si veo su sonrisa.

Llamo a su puerta y espero, nervioso como pocas veces.

— ¿Fede, qué haces aquí? Míriam está con sus amigos esta tarde — Me explica su madre al abrir la puerta y encontrarme.

— Lo sé — Le sonrío, lo que la hace bajar la cabeza, está mucho más fría conmigo desde que sabe lo nuestro — Quería darle una sorpresa... — Alzo las bolsas que llevo colgando en las manos, para que se fije en ellas — Con tu permiso, claro.

— Pasa — Me ofrece haciéndose a un lado — Y explícame esa sorpresa.

Le cuento con pelos y señales todo lo que quiero preparar, y según voy hablando su cara se ilumina de felicidad.

— ¿Y bien?

— Estás tardando mucho en subir a su habitación — Sonríe, aliviada.

Entre los dos, en aproximadamente media hora lo dejamos todo listo.

Me despido de ella para que vea cómo salgo de la casa, pero cuando está anocheciendo subo por la escalera hasta el balcón de mi princesa. Siempre lo deja abierto para mí, sabe que puedo aparecer en cualquier momento.

Algo después, antes de anochecer, veo cómo mi pequeña se acerca a mi puerta y coge su móvil para llamarme, pero claro, no tiene respuesta, así no serviría de nada la sorpresa.

Me dispongo a esconderme para callarla antes de que grite por el susto y despierte a sus padres.

Todo el esfuerzo ha valido la pena. Sus dos ojos preciosos se iluminan al ver las estrellas acompañadas por la media luna ahí colgando, sobre su cama.
Al principio no le salen las palabras, después quiere saberlo todo.

— ¡Eres el mejor! Te quiero, te quiero y te quiero — Se abalanza sobre mí, achuchándome con fuerza y besándome sin parar.

La miro a los ojos, pensando bien en lo que voy a hacer, en si mi decisión será o no la correcta y en que ya no hay marcha atrás.

— Y yo a ti, pequeña mía. Te quiero muchísimo. — Suelto por fin, con un nudo en el estómago que sigue sin dejarme pensar con claridad.

Te quiero sin querer, profesor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora