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Los dos últimos días de la semana no son mucho más diferentes; clases, clases y más clases. Además de tomar infinitos apuntes que dentro de poco tenemos que empezar a estudiar.

Solo llevamos una semana y ya hay varios trabajos que hacer, no me imagino cómo será el resto del curso. Aunque claro, deben prepararnos para selectividad, ya que es nuestro último año antes de empezar la universidad.

Cuando llega el sábado estoy nerviosa, como si nunca hubiera visto a Fede, como si no hubiéramos estado a solas infinitas veces.
¿Qué me pasa?
Claro, tengo que tomar una decisión respecto a él, y tengo que hacerlo hoy mismo. Durante esta semana he conseguido que las cosas se normalicen, pero cada vez que me lo cruzo por los pasillos es como si me faltara el aire.

A la hora puntual que hemos quedado, ya me espera en la puerta de casa.

— Estás preciosa, como siempre — Me sonríe cuando subo en su moto.

— Gracias, Fede — Me remuevo incómoda en el asiento de atrás, poniéndome el casco.

— Y dime, ¿Dónde vamos? — Pregunta, una vez que ha arrancado.

— Arranca, te guío. — Le digo.

Según los datos de Marcos, la dirección del local no está muy lejos, igualmente quiero asegurarme indicándome por el GPS del móvil, mi sentido de la orientación es malísimo.

— Ahí, es ahí — Señalo un edificio bajo pintado completamente de negro y con un logo verde que llama bastante la atención e indica el nombre del sitio.

— Vale, espera que aparque.

Cuando bajamos, Fede se pega a mí, entrelazando por unos segundos nuestras manos. Unos segundos que hacen que el vello de todo mi cuerpo se erice por completo.

¿Cómo puede hacerme sentir tanto con un simple roce? Solo él puede hacer algo así.

— Te va a gustar — Le digo una vez que entramos. Soltándome lentamente de su agarre, no quiero que se precipite.

Busco a Marcos con la mirada, por encima de las cabezas de toda la gente. Vaya, pensé que no estaría tan lleno.

— ¡Eh, Míriam! — Saluda él cuando me ve, esquivando a personas sin parar hasta llegar. Me saluda dándome un beso en la mejilla — ¡Has venido!

— Dije que no me perdería ni una de tus actuaciones... — Observo a Fede, que mira a otro lado algo incómodo — Perdona Marcos, este es Fede.

— ¡Anda! —Veo su cara de sorpresa, abriendo mucho los ojos — ¿Fede, el famoso Fede?

— El Fede del te quiero, si — Reímos recordando aquella noche. Más bien la recuerda él, ya que yo me pasé con la bebida...

— Encantado de conocerte, Marcos — Le estrecha la mano — ¿Es que ahora soy famoso? — Me pregunta ahora a mí, con una ceja alzada.

— Es una larga historia... — Explico.

— Pues sí, así que ya se la contarás — Nos corta ansioso Marcos — Ahora sentaos antes de que os quiten el sitio. Ya sabes que las primeras mesas son las mejores — Me guiña el ojo y se va hacia el escenario.

Fede y yo vamos a la mesa que nos acaba de indicar. Marcos tiene razón, es una de las mejores y la ha guardado explícitamente para nosotros. Desde luego es un buen amigo.

Una chica canta una canción que no conozco, pero no lo hace nada mal, después un par de grupos, todos son jóvenes que están empezando y quieren una oportunidad, la idea del local presentándolos es buena.

Te quiero sin querer, profesor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora