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Es sábado, y es la primera vez que voy a hacer una fiesta en mi vida, al menos una especie de fiesta. Solo será una pequeña celebración en casa. Anoche me dormí bastante tarde y no sé qué hora es cuando papá me llama por teléfono, pero me despierta ¡Vaya, las doce! No recuerdo el tiempo que hace que no dormía hasta mediodía, pero me ha sentado realmente bien.

— Llegaremos tarde a casa para no interrumpir tu fiesta, ¿vale? — Me dice.

— De acuerdo, papá. — Hablo con voz ronca, de recién levantada.

— Pero ya sabes, algo relajado. No queremos que los vecinos nos llamen la atención. — Creo que este discurso es más propio de mamá que suyo —Confiamos en ti y te lo demostramos con esto.

— Podéis estar tranquilos, será algo entre amigos. — Respondo, en medio de un suspiro — Nada de locuras, prometido.

Lo primero que hago nada más levantarme es destensar los músculos de mi espalda y después, asomarme al balcón. Fede tiene todo cerrado, quizá todavía duerme, o no está en casa.

Hoy seré yo quien le dé los buenos días, así que decidí llamarlo. Descuelga al tercer o cuarto tono.

¿Si? — Tiene voz de dormido, me lo imagino entre las sábanas enrollado y solo puedo sonreír.

Buenos días, amor — Le digo en un susurro.

Oigo como sonríe, y ese simple sonido produce una descarga placentera por todo mi cuerpo.

Hola, pequeña — Hace ruido, supongo que está incorporándose — ¡Sí que es tarde! No me había dado cuenta.

¿Tardaste anoche en poder dormir?

Un poco... cierta niña me está volviendo un poco loco. — Empieza a desperezarse, se le aclara la voz — Aparece hasta en mis sueños.

¿Ah, sí? ¿Quién? — Bromeo.

Oh... no la conoces — Sigue con mi juego.

Se me ha ocurrido que podemos comer juntos hoy, ya que estoy sola en casa y la famosa fiesta será esta tarde, tenemos algo de tiempo para nosotros, y ahora mismo lo único que tengo en mente es estar con Fede, ahora que lo nuestro es una realidad.

Dice que va a darse una ducha y vendrá después, mientras, yo voy preparando pasta, algo sencillo y ligero.

Unos veinte minutos después escucho el timbre de la puerta, ha llegado y me pongo tan nerviosa como el primer día, dudo que esto cambie alguna vez.

Lo invito a pasar, es raro pero ahora mismo ni él ni yo sabemos muy cómo actuar ante el otro, no después de lo anoche. Las cosas han cambiado. Al final, se inclina para dejarme un casto beso en la mejilla.
Me ayuda y juntos ponemos la mesa, sirvo ambos platos y nos sentamos, esto resulta un poco extraño, aunque solo es acostumbrarse.

— ¿Te gustan? — Le pregunto, por hablar de algo.

— Están muy buenos — Sonríe, con las comisuras manchadas por el tomate, lo que me hace reír.

— ¿Sabes que llevan un ingrediente especial? — Pregunto alzando ambas cejas y así hacer que parezca interesante.

— ¿Ah, sí? — Me observa atento — ¿Cuál?

— Mmm... Están hechos con mucho amor. — Susurro.

Ya ya, me diréis cursi y todas esas cosas, pero a estas alturas lo tengo totalmente asimilado y no lo voy a cambiar.

Me acaricia la mejilla con dulzura. Le brillan los ojos y parece feliz, muy feliz. Casi tanto como yo.

Me ayuda a recoger la mesa, después me ofrezco a enseñarle el resto de la casa. Qué menos cuando ya casi conozco la suya. Minutos después le muestro mi habitación... aunque decido quedarme en la puerta.

Te quiero sin querer, profesor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora