Capítulo 10. Efectos del alcohol

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-¡Por fin terminó la fiesta! -dijo Ana en tono cansado. Tenía a Luz en brazos, profundamente dormida. Fernando subía las escaleras junto a ella. Llevaba a los gemelos igual de rendidos. Sentía que no podía dar un paso más. La celebración había sido muy animada, pero después de aquel día y todas las emociones vividas sólo quería acostarse y dormir profundamente.

-Ahora tú y yo podemos salir a algún lado... -mencionó él con cierta picardía. Ella lo volteó a ver, sorprendida. Estaba cansadísima.

-¿Hablas en serio? No tengo nada de energía, Fernando -respondió mientras entraban al cuarto de las niñas. Acostó a Luz y la arropó con dulzura, tomando la tortuguita favorita de la pequeña y colocándola a un lado de la niña. La besó tiernamente en la frente y apagó los interruptores, quedándose a oscuras. Se quedó en el umbral de la puerta, viendo a sus hijas una vez más antes de salir con Fernando al pasillo. Tomó a Guille entre sus brazos y se dirigieron al de los niños. El pequeño se acomodó y la abrazó por el cuello.

-¿Y si te digo que vamos a salir a bailar? -preguntó Fernando con una sonrisa. Estaba segura que no se daría por vencido tan fácilmente. Entraron y cada uno acostó al paquetito que cargaban.

-Uhm. No me convences -respondió, devolviéndole la sonrisa. Ambos le dieron un beso en la frente a cada uno, procurando no hacer ruido al salir. Una vez en el pasillo, Fernando comenzó a negociar la salida.

-¿Y con un beso aceptarías? -preguntó, tomándola de la cintura atrevidamente. De repente, Ana sintió cómo una ola de energía la recorría y la vigorizaba de nuevo. Fernando tenía ese toque especial para animarla, no importaba cuán cansada estuviera.

-Probablemente. Pero tendrás que esforzarte -respondió mientras le pasaba los brazos discretamente por detrás del cuello. Él la jaló más, besándola apasionadamente. Hizo que quedara a su altura, quedando de puntillas. El hombre podía reanimarla con un solo beso de manera impresionante. Se separó para tomar un poco de aire.

-Me has convencido -dijo Ana, sonriendo pícaramente -Déjame voy con Fanny para que cuide al bebé y nos vamos.

Fernando asintió y vio cómo ella se perdía en la oscuridad del pasillo. Ana tocó la puerta de la mayor.

-Adelante -contestó Fanny desde dentro.

-Nena, ¿me harías un favor? -preguntó Ana un poco sonrojada. La joven dejó el teléfono sobre la cama y la miró. Su cara la delataba enormemente, ella no se pondría así si no fueran a salir solos.

-Claro, dime -respondió Fanny con una sonrisa.

-Es que tu papá quiere salir y necesito que cuides a tu hermanito -dijo la ojiverde bajando la mirada.

-¿Mi papá nada más? Porque no creo que te lleve a punta de pistola.

-Bueno, yo también. ¿Sí o no puedes cuidarlo? -repitió Ana, incómoda.

-Sí, está bien. Vayan y diviértanse. Sólo que no lo hagas esperar tanto, con las ganas que te trae seguro no llegan ni al jardín.

-¡Estefanía! -la reprendió más sonrojada. Fanny soltó una carcajada y la tomó de las manos.

- ¿Qué? Yo no dije nada que no fuera cierto. Córrele pues, me haré cargo de Dieguito.
Es más, lo voy a pasar a mi cuarto para que no tengan problema de nada -afirmó ella mientras le guiñaba un ojo. Ana los volteó y suspiró profundamente. Una sonrisa se dibujó en sus labios.

-Como quieras, conste que yo no te lo estoy pidiendo. Gracias mi niña, descansa.

-Mejor ni te digo nada, es obvio que no vas a descansar -dijo Fanny. Ana le aventó una almohada y le dio un beso en la mejilla, riéndose. Salió de la recámara y se encontró de nuevo con Fernando en el pasillo, quien efectivamente se moría de ganas por llevársela.

No Te VayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora