Capítulo 61. Dudas

1K 82 148
                                    

Esa noche no durmieron juntos, como era de esperarse. A pesar de ser domingo, Fernando efectivamente tenía la junta directiva al siguiente día.

Se levantó muy temprano y el corazón se le encogió al ver su cama vacía, en vez de ver el cuerpo de Ana descansando plácidamente. Aunque llegaron temprano y se acostó a una hora razonable, el pleito no lo había dejado dormir con tranquilidad. Los ojos cristalinos de Ana no se le borraban de la mente, combinados con su propuesta de matrimonio. Sus palabras, las que alguna vez él dijo con toda la sinceridad del mundo, ahora lo estaban atormentando fuertemente, haciéndole cargar con más culpa de la usual.

Se metió a la ducha y trató de descargar sus tensiones, como un día antes, Ana había intentado en casi las mismas circunstancias. Sin embargo, él tampoco lo logró. Y también, se acordó de las veces que había sido tan feliz haciéndole el amor allí, veces en las que a pesar de los problemas lograban olvidarse de todo, y se entregaban al amor y a la pasión del otro. Todo se le estaba complicando, y parecía que vivía en una realidad paralela a la vida que imaginaba que llevaría con Ana, justo cuando le pidió que se casara con él. Se había convencido de que en cualquier lugar o circunstancia, si ella estaba allí, sería feliz, pero las cosas estaban cambiando, y no sabía la medida. Su mundo estaba girando poco a poco, desordenando su orden, y le deparaba una vuelta completamente inesperada, dejándolo de cabeza.

Ninguno de los dos sabía que se pondrían en el lugar del otro, y como otras veces en el pasado, sufrirían por dejarse. En circunstancias diferentes, pero situaciones similares, comprenderían al otro por algún recuerdo, un momento difícil, y entenderían lo que era el dolor en todo el sentido de la palabra. O bueno, no sucedería hasta aquella mañana de desastre.

Salió de bañarse, todavía con el cuello y la espalda tensos, y se imaginó por un momento las suaves manos de Ana sobre su piel, tratando de aliviar su estrés. Casi pudo sentirlas moverse sobre su espalda, que según ella, siempre le había encantado, y susurrándole al oído palabras que demostraban su cariño y afecto.

Hizo el cuello para atrás y se dio cuenta de que todo era una fantasía, que ella no estaba allí. Notó que esa mañana estaba sintiendo su ausencia más de lo normal. Quiso no entristecerse por eso y cogió su ropa de trabajo, calzándose el traje, los zapatos y la corbata en menos de diez minutos. Tuvo problemas con el nudo de esta, pero también, recordó que era Ana la que solía anudarla de manera correcta, y volvió a imaginarla frente a él, con una bella sonrisa y sus manos acomodando la prenda. Parecía como si la casa en verdad estuviera sin ella.

Escuchó su estómago rugir de hambre y eso lo sacó de sus pensamientos, dándole la lucidez suficiente para saber que tenía que bajar a desayunar. Llegó a la cocina y Manuela, sin decir ni una sola palabra, le sirvió la clásica taza de café y huevos revueltos con tocino, además del plato de fruta. Le dio las gracias y comenzó a comer en silencio, repitiendo la misma rutina de su esposa el día anterior, sin saberlo en realidad. Era el inicio de los patrones que seguirían, el uno en el lugar del otro.

Terminó de desayunar y fue a la biblioteca para recoger unos últimos papeles antes de marcharse a la junta. Tenía una hora para preparar todo antes de que comenzaran.

Escuchó voces al otro lado de la puerta. Se le hizo raro que los niños se levantaran tan temprano en domingo, pero no le dio tanta importancia. Seguro era porque se habían tenido que dormir a una hora más razonable que la usual en fin de semana, por lo que una vez que alistó su maletín, lo cogió y regresó a la cocina, donde no sólo se encontró con la tropa ya levantada, sino con Ana.

La castaña fue la primera en notar que había entrado, y sin decir nada, se sirvió una taza de café, al tiempo que lo veía con cierto desdén.

No Te VayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora