Capítulo 7. Vuelta a casa

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Fernando la tomó por la cintura. Ella sólo sintió que la muralla que había construido para soportar el dolor se derrumbaba. Resistió el impulso de besarlo sólo para oír lo que le tenía que decir.

-Ana, estoy divorciado. Diego está casado con Natalia y no existen rencores. Tú y yo tenemos la más hermosa historia, y por mi parte, ya no hay secretos. Por favor, volvamos a estar juntos -la tomó por el mentón cariñosamente y le sonrió -. A ser felices.

Ana no podía dar crédito a sus oídos. Le había pedido que volviera a su lado.

-Fernando... ¿Hablas en serio? -preguntó con incredulidad.

-Más que en serio. Créeme que sufro más al no tenerte a mi lado. Este tiempo que estuvimos separados fue la tortura más grande y si no regresas me volveré loco -. La acercó más hacia él, tomándola por la espalda como aquella vez en la biblioteca, cuando le pidió que no se alejara nunca más. Sus narices rozaron gracias a la poca distancia existente -Te necesito Ana, te necesito -dijo tentadoramente cerca de su boca.

-Yo también te necesito, Fernando -respondió Ana mientras se le llenaban los ojos de lágrimas. Logró zafarse un poco de su agarre para rodear su cuello con los brazos -No sabes cuánto me arrepiento de haberte engañado, de haber provocado que te alejaras de mí. Perdóname mi amor, pero no puedo estar mucho más tiempo lejos de tu lado.

-Claro que te perdono -. Ambos sonrieron -Ahora puedo comprender la situación y el porqué de las cosas. Con errores o sin ellos, yo te amo y en ese momento es lo único que me interesa.

-Yo te amo más, porque eres el hombre más maravilloso del mundo.

-Y tú, cariño mío, la única que me puede hacer feliz. Sin ti, mi vida está incompleta -dijo Fernando mientras recargaba su frente contra la de ella, sin soltarla. Se concentró en admirar su rosto, sus facciones; cada pequeño detalle. Desde el nacimiento de su frente, el arco de sus cejas, sus profundos ojos verdes, la pequeña nariz, sus pómulos perfectamente formados, sus labios; todo en conjunto era perfecto. Ella sonrió una vez más.

-Pero me tienes que prometer que no harás ninguna sorpresa ni comprarás ningún regalo. Es mi turno de consentirte a ti.

-Perdón, pero eso es imposible. ¿Cómo me voy a resistir a la oportunidad de hacer o comprar algo que te haga feliz? -preguntó Fernando con un gesto de reproche.

-Fernando... -dijo Ana en un tono persuasivo. Lo miró de igual manera.

-Ya va, está bien. Lo prometo -respondió él mientras levantaba la mano izquierda para jurar. Acto seguido, la bajó y deslizó sus manos de la cintura a la espalda, acercándola más -. Ana...

-Dime cariño.

-Ana, mi corazón es tuyo, ¿lo sabías? -. Fernando esbozó una sonrisa -Es más, mi corazón, mi alma, mi cuerpo. Todo es tuyo, Ana Leal, desde el momento en que me enamoré de ti, ahora y siempre. Yo te pertenezco y tú me perteneces, y siempre ha sido así.

- ¿Y apenas te das cuenta, Fernando? -preguntó ella devolviéndole la sonrisa. Era una sonrisa de enamorados.

Fernando libró una de sus manos para acariciarle la mejilla y tomarla delicadamente por la nuca, haciendo que sus labios rozaran hasta convertirse en un beso. Un beso cargado de necesidad, de amor; una promesa de que lucharían hasta el final el uno por el otro, sin importar las circunstancias.

Ella pasó la mano con dulzura por su cabellera hasta llegar al otro lado del rostro, acariciando su oreja. Se separaron unos milímetros, lo suficiente como para seguir con las narices juntas. Se miraron a los ojos de nuevo.

-Te amo, Fernando -susurró ella.

-Yo a ti, Ana. Te amo -contestó él. No podían evitar sonreír ante el momento.

No Te VayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora