Capítulo 2. Adiós culpa, adiós amor

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Era la última vez que se le negaba. Ya no lograría soportar un día más, tenía que decírselo y lo haría esa misma tarde. El secreto los separaría, pero el daño sería peor si continuaba ocultándolo, ella lo sabía perfectamente.

Se había cansado de que la culpa la embargara por dentro y la carcomiera. Parecía que este sentimiento se empeñaba en opacar la felicidad que solía sentir, sobre todo por aquel bello momento de la noche anterior. Ana no quería que se fuera, deseaba conservarlo a su lado por el resto de la eternidad, aunque estaba casi segura de haber intentado retenerlo en su estado de sonambulismo; no sería nada de extrañar.

Cuando despertó, él ya no estaba ni siquiera en la casa; se había ido muy temprano por la junta de accionistas. Sin embargo, era lo mejor, ninguno de los dos sabía cómo comportarse delante de los niños desde que habían comenzado su relación; a veces estaban tan atontados por el amor que sentían que se olvidaban que la tropa no sabía. La ocasión en que Fernando le dijo que la amaba enfrente de Luz era un gran ejemplo de ello. Sonrió al recordar.

Era obvio que todos en la casa sospechaban, e incluso Fanny y Nando sabían de su relación, pero aun así ella y Fernando se podían llegar a comportar como unos verdaderos adolescentes. Y eso le encantaba.

La mañana trascurrió tranquila; hizo algunos pendientes y esperó a que los niños llegaran de la escuela. Zeus los trajo de regreso, recibiéndolos con el mismo ánimo de siempre; comieron y charlaron animadamente en la cocina, después los mandó a hacer sus tareas.

Ana iba subiendo las escaleras junto con la tropa, cuando recibió un mensaje de Fernando avisando que llegaría más temprano. La piel se le erizó. Aunque lo extrañaba, estaba aterrada por lo que le tendría que decir. ¿Cómo podría explicárselo? Decirle a los ojos que todo ese tiempo le había mentido requería un gran esfuerzo, y para ser sincera, no sabía si lo soportaría. Aquella tarde le revelaría toda la verdad a pesar de las consecuencias, no se echaría para atrás; la cobardía tenía que desaparecer y con ella las mentiras. Ana sabía que se lo había buscado. Además, estaba comprometida con él y existía el riesgo de que la descubriera por sus propios méritos, ahora más que nunca.

Para despejarse un poco, se dirigió al cuarto de tareas y se avocó toda la tarde en los niños, su otra razón de vivir. Ayudó a los más pequeños; con Luz hizo un árbol genealógico, con los gemelos resolvió tres páginas del libro de Matemáticas, con Sebastián estudió las palabras del examen oral de Español y con Saraí investigó acerca de las TICS. Como siempre, el ambiente estuvo lleno de risas y cargado de alegría, lo cual le levantó un poco el ánimo. Aún no le había dicho a Fanny lo que planeaba hacer, por lo que una vez terminadas las tareas, dejó a los traviesos jugando y se dirigió al cuarto de la chica. Iba a tocar cuando una voz hizo que se estremeciera.

-He llegado -dijo Fernando desde la puerta de la casa. Apenas regresaba de la oficina. La pregunta llegó de nuevo en su cabeza: ¿cómo se lo diría? Jamás había estado en una encrucijada tan grande; pero cualquiera de los caminos conducían a perderlo.

Suspiró, se armó de valor y bajó corriendo las escaleras antes de que alguien los viera. Desde unos escalones antes vio su sonrisa, saltaba a la vista que Fernando se alegraba de verla. No se dio tiempo para arrepentirse, porque si se ponía a pensar que no vería esa sonrisa en mucho tiempo tendría menos valor que el que poseía para decirle la verdad, que de por sí ya era poco.

Lo tomó de la mano y sin decir nada lo arrastró a la biblioteca rápidamente. Cerró la puerta corrediza con seguro para asegurarse de que nadie los interrumpiera. Fernando se quedó bastante sorprendido.

- ¿Qué pasa mi amor? -preguntó Fernando extrañado.

-Necesito hablar contigo, Fernando.

- ¿Sobre qué?

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