Capítulo 80. Algo especial

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Fernando se quedó atónito. Todos, incluidos los abogados, dieron un respingo y Ana dio dos pasos hacia él, con una seguridad que no sabía de dónde había salido, pero tenía que aprovecharla lo más posible.

-Perdóname, Fernando, pero no estoy lista. Jamás creí que firmaría el acta de nuestro divorcio, y en el momento en que vi ese papel, supe que no era capaz de hacerlo, mínimo no ahora. Yo sé que te fallé, y que te alejé de mí por una idiotez, pero ahora lo estoy pagando con creces al saber que ya no te tendré a mi lado, y sé que no merezco tu perdón. Firmaré, pero quiero que me des unos días para asimilarlo; será el último favor que te pida.

Las miradas se centraron en el pelinegro. Él no supo qué responder; las palabras no le salían de la boca. Le había tomado tan por sorpresa, que si le hubieran dicho cinco minutos antes que ella no firmaría, no lo habría creído. Estaba tan desilusionado, tan dolido, que ni en sus sueños habría imaginado escuchar eso de Ana. Según él, ella era la más convencida en la idea del divorcio, pero aparentemente, eso no era así.

La juez carraspeó.

-Bueno, aunque no pasen el proceso de conciliación, la sesión se puede aplazar. Señora, tiene hasta este sábado para tomar una decisión, sino, se tendrán que tomar otras medidas.

-Sí, señoría. No se preocupe –dijo Ana, sin dejar de mirar a Fernando. Él también tenía la vista estática en ella, aún estupefacto por lo que acababa de pasar. Sintió que alguien le tocaba el hombro, justo para sacarlo a su realidad.

Se giró y por fin le dio la espalda a la castaña, atendiendo a duras penas algo que le decía Tomás. Observó de reojo a Ana y también notó que hablaba algo con su abogado, que parecía advertirle algo. Ella asintió, casi despreocupada, pero con un gesto de desconsuelo y resignación que le partió el corazón a Fernando. La castaña lo miró una vez más, como a manera de despedida, y por fin cogió su bolsa para salir de la sala, con su abogado detrás.

-Entonces, ¿qué vas a hacer, Fernando?

El pelinegro dio un respingo.

-¿Eh?

-Te pregunto qué vas a hacer con respecto a Ana.

-Si te soy sincero, Tomás, no lo sé. En este momento, no te puedo decir qué decisión tomaré, pero esto ha cambiado mucho mi perspectiva de las cosas.

Y en verdad, lo había hecho. Era como de esas situaciones que sólo una pequeña parte de ti pasen, pero que las crees tan remotas que las descartas completamente. Y sin embargo, cuando suceden, no sabes cómo reaccionar. Son tan inesperadas, que te dan como una bofetada en la cara, y verdaderamente, te cambian todo en un dos por tres.

Su amigo le palmeó la espalda y cogió su maletín. Intercambió unas palabras con la juez y lo acompañó hasta la salida. Fernando se preguntaba si Ana aún se encontraba en la delegación. No sabía por qué, pero sentía que una parte de sí necesitaba hablar con ella, aunque no supiera de qué.

-Bueno, entonces la cita es el sábado a las diez de la mañana. Tienes hasta ese día para decidir lo que vas a hacer, así como Ana –Tomás se puso frente a él y lo tomó por los hombros, como para que le pusiera atención –Yo te recomiendo que hables con ella.

-Ya veré, Tomás, ya veré.

El abogado asintió y se alejó para atender una llamada. Fernando se pasó una mano por el cabello, sacando el aire de tensión. Volteó hacia la parte de atrás de la delegación y el corazón le saltó dentro del pecho al ver a una mujer castaña, esbelta, de espaldas a él. De inmediato supo que era Ana.

Su abogado apareció por delante de ella, y pareció darle los mismos detalles que Tomás le había dado hace unos momentos. Un inevitable arranque de celos lo invadió al ver que el hombre apenas la tocaba; aunque fuera por apoyo, siempre había tenido esa imperiosa necesidad de protegerla, de velar lo que era suyo. Simplemente, era algo que casi le salía la natural.

No Te VayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora