Capítulo 11. Por fin libre

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Ana tomó su bolsa y salió de la casa, decidida a acabar con todo eso de una vez. Había faltado toda esa semana y sabía que Doroteo estaba furioso por lo mismo, pero por fin tenía las armas para salir de ese lugar y nunca más vivir con el miedo de perder a los que quería.

Zeus la llevó. Entró a plena luz del día; sabía que su ex jefe tomaba desde muy temprano y seguro lo encontraría bañado en alcohol. No le importó.

-¿Estás lista? -le preguntó Tomás, quien la había acompañado también. Él se encargaría de borrar ese contrato de la faz de la Tierra. Apretó su hombro cariñosamente, para darle a entender que estaba con ella. Ana asintió y cogió su teléfono.

Pasó por las sillas y las mesas, aun recogidas, y se dirigió a la oficina. Pasó sin tocar y el abogado se quedó fuera, esperando a que lo llamara. Ana tuvo que reprimir las ganas de vomitar, el lugar apestaba horriblemente a vodka barato. Además, el asco que le provocaba el hombre era inmenso. Al verla, Doroteo se levantó y le dirigió una mirada llena de furia.

-Es la última vez que faltas así. ¿Tienes idea de cuántas ganancias he perdido gracias a ti, Ana? -le preguntó él mientras se ponía de pie y la señalaba con el dedo. Ana levantó el rostro altaneramente y no se dejó intimidar.

-Sí, lo puedo imaginar. Pero no vine aquí para pedirle disculpas, sino para decirle que ya no pienso presentarme más en el Chicago -respondió desafiante. Su voz era firme. Doroteo abrió súbitamente los ojos y en un momento la tomó salvajemente del cuello.

Rodeó instintivamente las manos de él y trató de zafarse. Empezaba a quedarse sin aire. Doroteo sonrió amargamente y sus dientes amarillos quedaron fuera, expulsando un asqueroso aliento de borracho sobre el rostro de Ana. Ella se mordió por dentro una mejilla para evitar vomitarle encima.

-Tú nunca vas a salir de aquí. Tienes un contrato conmigo y debes cumplirlo. ¿O quieres que tu precioso Fernando o sus hijos salgan lastimados? -la amenazó arrastrando las palabras. Ana apartó la cara y cerró fuertemente los ojos.

-No les va a hacer nada, porque yo tengo un video suyo sobornando al Licenciado Corcuera -dijo con el poco aire que le quedaba. Doroteo la soltó, enfurecido. Ella se llevó las manos al cuello y comenzó a respirar normalmente.

-¿Qué dijiste? -preguntó él con una mezcla de terror e ira en el rostro. Ana lo encaró.

-Lo que oyó. Tengo un video suyo en el que se ve claramente como le da una buena coartada para que este lugar siga en pie. Además de no cubrir las condiciones de trabajo en la que se supone deberíamos desarrollarnos, el Chicago es ilegal. Qué bien, ¿no? Y ni hablar de sus otros "negocios", obviamente ilícitos -dictó con una sonrisa burlona -. Sería muy bueno que todo esto llegara con las autoridades, pero supongo que quiere conservar su fortuna. Muy bien, lo dejaremos. Simplemente cambiaremos el contrato y yo podré irme de aquí, a cambio del video que lo delata.

-¿Y si no quiero? -le replicó Doroteo torciendo la boca. Ana volteó los ojos, dándose aires de grandeza para irritarlo. Lo logró al apreciar cómo se pasaba la mano por la calva, desesperado. Sonrió de nuevo.

-Si no quiere, esto es lo que pasará. Yo le entrego el video a la policía, usted es sometido a juicio, descubren todas sus porquerías y pasa el resto de su vida en la cárcel. Dejaré que lo piense un momento. Tiene 5 segundos.

Doroteo la miró con odio. Empezó a caminar por el despacho.

-Cinco. Cuatro.

Ana sabía que no tenía otra salida. Además, esta vez se harían las cosas a su modo.

-Tres. Dos. Uno. Quiero una respuesta -le exigió firmemente.

-¡Está bien! Cambiaremos el contrato -respondió irritado. Se cubrió el rostro con las manos y Ana hizo pasar a Tomás con una sonrisa triunfal, para terminar de arruinarlo. Él también hizo una mueca al entrar.

No Te VayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora