Capítulo 25. El mejor cumpleaños

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Se había quedado dormida hasta tarde. Volteó y vio el reloj: las diez de la mañana. Su clase era a las 11. Seguramente Fernando había alistado a los niños para ir a la escuela y no la había despertado por dejarla disfrutar del sueño un rato más. Aunque constantemente se lo reprochaba, internamente le daba las gracias por el favor que le hacía. Últimamente había estado muy cansada; los cursos eran exhaustivos y las clases en el workshop no ayudaban, aún había mucho por hacer. Y eso que sólo llevaba dos semanas. El pingüinito solía insistirle para que descansara y aprovechaba su agotamiento para no despertarla cuando debía, haciéndose cargo de todo. Sabía que era un hombre maravilloso y que se merecía el más alto puesto en el cielo.

Tomó aire y haciendo mucho esfuerzo, logró sentarse con un quejido. Miró hacia la ventana, donde el sol asomaba y parecía sonreírle. Soltó un lamento anticipado a lo que se avecinaba y se levantó de la cama con pesadez. Su cuerpo protestó de inmediato: los músculos estaban doloridos y acalambrados y su espalda, ni se diga. No recordó que era su cumpleaños.

Se dirigió al clóset. No lo pensó mucho: un blusón y mallas, además de los tacones negros. Se había acostumbrado a la idea de que allá le darían el vestuario.

Le tocaba intensivo, en unos días sería el examen de la primera etapa y debía prepararse. Eso significaba tres horas seguidas más una extra de pole dance con Johnny y Jennifer para ensayar rutinas de la clase. Resignada, suspiró y bajó a la cocina. Como suponía, una nota de Manuela y Bruno era su única compañía, y en la última explicaban que habían salido a comprar unas cosas para la comida.

Tomó el licuado verde que se encontraba en la barra y que la jarocha solía prepararle. El fresco líquido se deslizó por su garganta y cerró los ojos, tomándose todo de un jalón. Aún con apetito, cogió una manzana y fue comiéndosela de regreso al cuarto. Como siempre, algo ligero y rápido. Terminando su breve desayuno, se lavó los dientes y Zeus la llevó a la academia. El chofer hizo un intento por levantarle los ánimos durante el trayecto.

-Muchas felicidades, señora -le mencionó alegremente. Sonrió a través del espejo retrovisor para que Ana lo pudiera ver.

-Gracias Zeus -respondió, cansada. Sin embargo, le regresó la sonrisa por el detalle. Llegaron y se bajó, sin indicar algún cambio en su horario. Volteó por costumbre hacia la camioneta, percibiendo que Zeus hablaba por teléfono. Qué raro, Fernando nunca permitía que él usara el celular. No le dio importancia.

Siguiendo la rutina, subió al estudio y saludó a todas. En la clase sus compañeras también festejaron por su cumpleaños, es más, un lindo pastel de chocolate con una bailarina de fondant en la cubierta la esperaba. Recibió algunos regalos, todos con una sonrisa. Melissa las dejó celebrar los quince minutos finales de la clase y Ana agradeció a todas por sus detalles. Se sentía afortunada de llegar a un lugar en el que disfrutara tanto lo que hacía y con personas que la apreciaran tanto. Terminando el festejo, comenzó a guardar los presentes mientras saboreaba aún el chocolate en sus labios.

-Ejem.

El carraspeó llamó su atención. Volteó hacia la puerta y lo vio. César la esperaba con un arreglo de flores y un gesto amable. Sonrió por enésima vez en el día y se acercó a recibirlo.

-Muchas felicidades, hermosa -. Volteó los ojos. ¿Hermosa? Sólo Fernando la llamaba así.

-Ahm gracias -respondió incómoda. César, ¿te puedo pedir un favor?

-Dime bonita -. Él le sonrió y se exasperó aún más. Suspiró para encararlo.

-En realidad, son dos. Primero, tú sabes que soy casada y que amo a mi marido más que a nada en el mundo. Así que te pido de la manera más amable que no me llames de esa forma. Segundo, debes dejar de tratarme como si yo no tuviera pareja. De verdad me agradas, César, y no me gustaría incomodarme cuando esté contigo y menos tener que esconderle cosas así a Fernando.

No Te VayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora