Capítulo 69. Un tormento menos

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-¿Sabes qué? -Fernando le sonrió, acariciándole una mejilla a pesar de su gesto de molestia -No te creo nada. Es imposible que el amor tan grande que nos teníamos se haya extinguido de la noche a la mañana.

Él se puso de pie y se quedó frente a ella, mientras que Ana lo veía con frialdad.

-No, pero si se puede opacar por el enojo, Fernando.

-No importa, el amor sigue ahí, y yo me voy a encargar de que salga nuevamente.

-¿Me quieres hacer el favor de irte de mi recámara y dejarme sola?

-No. Tienes razón, no lo puedo entender por más que me lo digas, y jamás lo haré, así que vas a tener que aguantarme de una manera u otra, Ana, porque yo voy a seguir luchando por demostrarte que lo que te digo es de verdad, y sobre todo, para que vuelvas a mi lado.

-Estás perdiendo tu tiempo.

-Con el amor nunca pierdes tiempo.

-Ya sé que eres un terco, pero poco a poco te vas a dar cuenta de que esto ya no tiene sentido, y que yo no volveré a tu lado -dictaminó la castaña, cruzándose de brazos.

-Ambos lo somos, recuérdalo, y mientras tú estés en esta casa, yo te voy a cuidar digas lo que digas, pienses lo que pienses -El pelinegro se hincó frente a ella y lo hizo mirarlo, a la fuerza -Alguna vez te dije que iba a curar tus heridas, pues ahora serán tanto internas como externas. Escúchame tú a mí, y no planeo que sea la última vez que te lo repita: te amo, Ana Leal. Te amo, y voy a luchar por ti.

-Vete de aquí, por favor -se limitó a contestar ella, desviando la mirada. Fernando asintió y poco a poco fue soltando su agarre, aspirando ese perfume a fresas que tanto le encantaba.

Salió de la habitación, y en cuanto él cerró la puerta, ambos se soltaron a llorar. Mientras que Ana se acomodaba mejor en la cama, y se acurrucaba con una almohada, el pelinegro se deslizaba por la puerta y se sentaba en el frío suelo, derramando lágrimas en silencio.

Ella maldecía en ese momento todo a su alrededor, tanto por su incapacidad como por el tener que pasarla allí en la casa, sin tener ninguna otra opción. Era la tortura que menos quería pasar; estar atada a una silla de ruedas, sin poder evitar preguntarse cómo sería su vida a partir de ese momento. Estaba segura de que a cada momento en el que Fernando saliera, una pequeña duda surgiría dentro de ella, como una espinita molesta por saber a dónde va, con quién... Si tendría el descaro de seguir con Alex aún teniéndola en la casa. El pelinegro no estaba ni a dos metros de ella y ya se estaba sugestionando por eso, víctima de unos incesantes celos que una vez más, le demostraron cuánto lo amaba todavía, por mucho que la hiciera sufrir, por mucho dolor que le causara. Y eso la tenía harta. No podía arrancárselo del alma, del corazón, ahora mucho menos de la mente. Todos sus pensamientos la llevaban hacia Fernando, y en lo más hondo de todo esa maraña de sentimientos mezclados y revueltos, existía aquella pequeña añoranza de ser capaz de perdonarlo por todo y regresar con él, aunque el resto de su cuerpo le pidiera a gritos que no lo hiciera.

Por otro lado, estaba Fernando, dolido por su frialdad. Había intentado ser lo más fuerte que su mente le permitió, pero no fue suficiente. Estuvo a punto de derrumbarse allí dentro, torturado por las palabras de Ana. ¿Y si nada funcionaba? ¿Y si a pesar de todo, ella no volvía con él? Se moriría, seguramente. Tenía tres meses para reconquistarla, y sino lo lograba, sería el fin de sus días. Movería cielo, mar y tierra en ese lapso de tiempo para poder conseguir que Ana volviera su lado, de alguna manera u otra. De algo sí estaba seguro: ella lo seguía amando, porque nunca era capaz de mirarlo a los ojos cuando le decía todas aquellas cosas hirientes. La castaña era plenamente consciente de que si lo intentaba, se delataría por completo, y eso le hacía conservar una pequeña esperanza. En el momento en que Ana fuera capaz de decirle que ya no lo amaba a la cara, si llegaba el día en el que ella no evitara verlo a los ojos, ese día podría dar la batalla por perdida. Mientras tanto, no. Trataría de retener los papeles de divorcio lo más que pudiera, y en lo que Ana estaba convaleciente, daría el primer cambio de actitud con ella.

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