Capítulo 37. La partida

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Pasó una noche terrible. Usualmente, al dormir al lado de Fernando sentía que estaba sobre nubes, pero esta vez fue completamente diferente. Y lo peor, fue que al despertar y girarse, Luz estaba al otro lado de la cama. O sea, el pelinegro tenía todo el acceso a ella.

Lo primero que vio ante sí, fue su rostro descansando en la almohada. Sus manos se aferraban con afán a su cintura, y sentía el calor de su cuerpo a través del pijama. Desde hacía una semana, ya no dormían juntos. La sensación era extraña, como si volviera a acostumbrarse. Ni siquiera en la primera noche que pasaron juntos estuvo así; le pareció lo más normal del mundo dormir entre sus brazos. Se fijó en su expresión. Estaba realmente tranquilo, como hacía tanto no lo contemplaba. La escena le recordó a sus mañanas cotidianas, aunque esta vez llevaba algo... Más recatado para dormir. Una especie de melancolía la invadió y de inmediato sacudió la cabeza para librarse del sentimiento.

El colmo de todo es que a pesar de su enojo e incomodidad por la situación, no quería soltarse. Sabría Dios qué hacía el hombre para ponerla así, con todas sus emociones vueltas locas. No sentía lo mismo que antes, como la corriente eléctrica de sus manos y el placer de su contacto, pero provocaba en ella otras sensaciones que no sabía explicar, las cuales según Ana, no eran buenas. O más bien, no estaba segura de ello. Era demasiado raro, y no comprenderlo le frustraba, causándole una sensación de irritación.

Bostezó y con cuidado apartó las manos de Fernando de sus caderas, incorporándose en la cama. Observó su teléfono: las ocho de la mañana. Los niños tenían puente vacacional, por lo que les sería más sencillo irlas a despedir y no tener que faltar a la escuela, pero pensó en que sería el primer receso que no compartiría con ellos. No irían al parque, saldrían a comer u organizarían los Juegos Olímpicos tradicionales, con objetos improvisados que le robaban a Manuela y los snacks que se supone no deberían comer. No estaría con Luz para formar equipos y hacer las carreras de sacos contra los demás, cargarla de caballito o rodar por la explanada del jardín. Para presumirle a los gemelos sus escasas victorias en el fútbol, compartir con los chicos los tres litros de helado sacados del refrigerador y preguntarle a Nando a cada rato qué puntuación llevaba. Pero sobre todo... Su espinita era Fernando. Ya no estaría ella para verlos y sonreír satisfactoriamente, para payasear y cubrirlo de besos entre risas.

Pero pensó que si se quedara, la situación sería completamente incómoda y tensa, teniendo que fingir ante los niños como el día anterior. Y eso no estaba bien para nadie.

Se convenció de que estaba haciendo lo correcto, aunque se sintiera como una total bipolar, y finalmente se levantó para darse una ducha. Se dirigió al estante para comer la ropa que había dispuesto para el viaje, la cual estaba guardada en el segundo cajón. Abrió, y junto con sus prendas contempló el regalo. Una punzada de dolor le recorrió la espalda, e instintivamente volteó hacia la cama, donde se hallaban la pequeña y su padre. Fernando se había girado y ahora quedaba del lado de Luz, abrazándola tiernamente. La rubiecita le devolvía el gesto, perdiéndose entre los enormes brazos del pelinegro y enterrando la cara en su pecho.

El sufrimiento fue suplantado momentáneamente por la ternura, esbozando una pequeña sonrisa. Volvió a su ropa y la cogió entre sus manos, acariciando la suave tela.

-¡Ya Fernando! Deja de escoger, que vas a quedar sin un quinto si sigues pasándome ropa. No puedo creer que suplantara a Fannys por ti -exclamó a través de la cortina del vestidor. Quién sabe con cuánto dinero había sobornado a la encargada para que lo dejara pasar, y más con tanta ropa. La buena noticia es que no había nadie, así evitaba las miradas de las mujeres que irían a probarse ropa. Aunque debía admitir que sería divertido ver a Fernando en medio de una discusión con alguna señora sobre el decoro y el respeto, cosa que el pelinegro olvidaba cuando estaba con ella.

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