Capítulo 83. Amnesia

1.6K 89 106
                                    

A la mañana siguiente, la alarma comenzó a sonar, a la misma hora de siempre, haciéndole interrumpir su sueño. Los rayos del sol ya estaban apareciendo por la ventana, indicándole que ya era de día.

La noche se le había pasado increíblemente rápido, ya que había tenido un sueño profundo y continuo. Fernando, un poco irritado por tener que levantarse, se cubrió los ojos con una mano, y con la otra, palpó la mesa de noche hasta que encontró el teléfono, apagándolo al instante. Suspiró, sintiendo todo el cuerpo pesado, y con las suficientes ganas como para dejarlo todo y seguir durmiendo, pero sabía que eso era imposible. Se giró, esperando encontrar a su esposa a su lado, pero la cama estaba vacía.

-¿Ana? -preguntó con la cara enterrada en la almohada, considerando la opción de que podría estar en el baño, o en el vestidor. Sin embargo, no hubo respuesta.

Eso le hizo levantar el rostro. Qué extraño, pensó él. Aún era muy temprano como para que ella estuviera levantada, y más porque los últimos días había estado despertando casi cerca del mediodía.

Sin embargo, después de unos segundos de confusión, pensó en que por alguna razón, ese día se había levantado a arreglar a los niños, y que probablemente, estaría en la cocina. No era nada de importancia. Así que se incorporó, y estirándose un poco, dio un gran bostezo para terminar de espabilarse. Le esperaba un día agitado.

Tomó una ducha rápida, y hasta ahí, aparentemente, todo transcurría de manera normal. Sin embargo, al entrar al vestidor, se encontró con su primera sorpresa del día: aquella mañana, no tendría que escoger su ropa; alguien ya lo había hecho por él. El traje estaba colgado, todo en conjunto, cerca de la puerta. Era el típico negro y camisa blanca, con una corbata azul naval a juego y los zapatos oscuros. Fernando se le quedó mirando, con una sensación rara en su estómago; era como si la vestimenta tuviera algo extraño. Sin embargo, no lograba enfocarse realmente en la situación como para tener la capacidad de averiguarlo.

Era muy temprano como para tratar de adivinar la razón de su extrañeza, y además, le implicaría mucho esfuerzo, así que prefirió no calentar el cerebro aún y lo pasó por alto. Lo único que supuso, era que Ana se lo había escogido. Tal vez al rato le preguntaría el por qué, aunque no era la primera vez que lo hacía; cuando tenía tiempo, su esposa dejaba preparada su ropa una noche antes, y casi siempre era al salir antes que él.

Entonces, llegando a esta conclusión, y por obvias razones, tampoco le quiso dar mucho protagonismo al asunto, considerándolo simplemente un detalle. De esta manera, se puso la ropa, colocándose un poco de colonia y cogiendo su pañuelo blanco antes de salir de la habitación. Todo normal.

El único detalle fue que cuando cruzó la puerta, el estómago le hormigueó otra vez. Ahora, además de lo del traje, tenía la sensación de que algo había cambiado dentro de la recámara; como si le faltara alguna cosa. Pero no se quiso regresar a comprobarlo, por lo que trató de ignorarlo y siguió su camino.

No lo logró por mucho tiempo. El sentimiento aumentó al ir caminando por el pasillo, lleno de silencio. Fernando notó que no se oía el mismo barullo de siempre. En un día normal, las voces de los niños se escuchaban casi hasta las recámaras, pero aquella vez, no.

El pelinegro bajó las escaleras y cogió su maletín de la sala, el cual había dejado allí la noche anterior, mientras que trataba de analizar la situación en su cabeza.

-B-B-Buenos días, señor -lo saludó Bruno, saliendo de la biblioteca. Fernando se giró.

-Buenos días, Bruno. ¿Los niños ya están desayunando?

-Sí, l-l-los ocho.

-¿Y Ana?

El mayordomo dio un respingo, como extrañado.

No Te VayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora