Capítulo 62. Suficientes oportunidades

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Ya saben cómo es esto de la canción. Yo les aviso cuando, si pueden, qué bien, y si no, pues habrá que aguantarse.

Ella comenzó a mover sus labios de manera delicada, sin que él le respondiera del todo. Se quedó en shock unos segundos, hasta que comenzó a devolverle el beso. Era una sensación demasiado extraña, pero esta vez no se podía decir que era del todo placentera. Trató de enfocarse simplemente en ella, en la manera en que jugaba con sus labios con más intensidad conforme pasaban los segundos, pero no encontraba nada satisfactorio en ello. No era lo que se hubiera imaginado, incluso después de haberse sentido tan confundido durante las últimas citas. Ese beso era la manera de confirmar lo que sentía por Alex, y hasta ahora, no le hacía ni cosquillas.

Era bastante extraño, porque dentro de su subconsciente sabía, o a lo menos creía, que se sentía atraído por la pelinegra, pero su corazón le estaba diciendo lo contrario. Fernando no se imaginaba que todo ese tiempo, había estado influenciado por varios factores de su vida, que lamentablemente le llevaron a imaginar algo que no era cierto. Se equivocó al no escuchar su corazón, porque era él quien tenía la última palabra.

Sin poder evitarlo, trajo a su mente los besos de Ana, aquellos que a pesar de cualquier circunstancia, le hacían sentir todo a la vez. Él sintió que no era igual, ni lo más remotamente parecido siquiera al primer beso que se había dado con ella; esto era algo vacío, nunca podría ser...

Nunca podría ser lo mismo. Fernando se refrenó para pensarlo. Y entonces, lo comprendió; toda aquella locura de ese mes, no había tenido sentido, porque él sólo podría amar a Ana, porque a ella pertenecía todo lo que él era.

La castaña era la única en su vida con la que podía disfrutar de los besos, de cualquier caricia, de todo, porque el sentimiento de amor era tan grande que nadie podría superarlo. El beso de Alex no le provocaba ni le provocaría, más mínimo cosquilleo, mientras que con Ana, una avalancha de emociones se originaba siempre sobre su cuerpo con tan sólo rozar sus labios, justo como aquella mañana. Como siempre lo había hecho.

Alex jamás sería como su esposa, y por muy fuerte que fuera la atracción, no pasaba de eso, de un simple flirteo. Y había tenido que llegar hasta aquel punto para entenderlo.

Tomó a la pelinegra por los hombros y se apartó con brusquedad de ella, sintiéndose como un completo idiota. ¿Por qué había tenido que suceder así? Había sido tan estúpido por creer que podía llegar a sentir algo por alguien más que no fuera Ana, o más bien, no lo había querido ver, era hasta ahora donde podía comprenderlo. Sintió cómo la culpa comenzaba a embargarlo, provocándole repulsión y asco. Su cuerpo dio la sensación de que se volvía más pesado y el dolor del brazo regresó con más fuerza que nunca.

-No, Alex. Está mal -dijo, tratando de controlar todo el revoltijo de sentimientos que tenía en ese momento. Vio de reojo a la calle y observó a la gente pasar tan lentamente, como en una película... Doblando la esquina, notó a una mujer de cabello castaño, de espaldas. Sintió ganas de vomitar por el mismo asco que tenía hacia sí mismo.

Se había comportado como un chiquillo estúpido, que no se decide y que no sabe lo que quiere, pero ahora, por fin tenía sus sentimientos claros.

-Si estuvo mal, ¿por qué se sintió así de bien, entonces? -cuestionó ella, sacándolo de sus pensamientos. Casi sonriéndole, se acercó a besarlo con más seguridad, sin dejar de colgarse de su cuello. Lo tomó desprevenido, por lo que llegó a rozar sus labios unos segundos antes de que reaccionara, volviéndola a apartar. Todo sentimiento anterior que tuviera que ver con ella se había esfumado; toda la confusión se había ido.

No Te VayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora