Capítulo 46. Aún no se ha ido

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Colgó. Se quedó perdido unos segundos, observando cómo su mano apretaba fuertemente el teléfono, hormigueándole con una ligera molestia; punzadas de dolor le recorrían desde la muñeca hasta los dedos. Cuando sintió que comenzaba a temblar, aventó el aparato contra el sillón y se llevó las manos al cabello, halándolo con frustración.

Su respiración se volvió agitada y comenzó a pensar en Ana. Desde el momento en que conoció a César, que la vio frente a él; los inevitables celos que se hicieron presentes por sus insinuaciones. Las peleas con la castaña, combinadas con sus problemas del trabajo. El día de la obra; su rostro de decepción, la confusión con Roberto y la discusión por la noche. La desesperación por encontrarla a la mañana siguiente, el beso y su borrachera. El momento con Alex, despertar en casa de Diego, la resaca y la discusión. Los ojos cristalizados de Ana, sus gritos sin sentido, la dificultad de ella para hablar, el dolor reflejado en sus gestos. La semana de alejamiento, los papeles y sus inútiles disculpas. La despedida, la melancolía de no tenerla a su lado. Todo pasaba antes sus ojos como una película; recuerdos que iban y venían rápidamente.

Un terror bastante grande lo invadió, combinado con la impotencia de no tener los recursos suficientes para atrapar a César. Aunque no quería admitirlo abiertamente, muy dentro de él se estaba formando un horrible sentimiento de temor.

Tenía miedo de volver a perder a Ana; las amenazas no eran en vano y a esas alturas conocían la capacidad del castaño para lograr sus objetivos. Además, su esposa no se lo merecía; un ángel como ella no tenía por qué sufrir tanto dolor.

No. No. Y no. Se negaba a pensar que su ojiverde podría estar otra vez en peligro, que ese depravado le podía hacer algo más. Por impulso, un sentimiento de preocupación le hizo querer ir a la academia, sacarla de allí y mantenerla con él durante el resto del tiempo. Pero por más que deseara protegerla, nunca se podría al cien por ciento. Fernando era consciente de que necesitaba más recursos para agilizar la investigación.

Tenían la prueba de la botella, los registros médicos y los testimonios de Ana y de Melissa. Pero la interrogante era ¿quién o dónde podría...?

Bingo.

Lo meditó un momento. Parecía arriesgado, pero estaba seguro de que si lo manejaba con cuidado y le explicaba a la castaña la situación, ella estaría de acuerdo. Tenía que ocupar muy bien sus cartas. Además, no sólo se trataba acerca de la seguridad de Ana, sino de sus hijos también. Y por ellos, estaba dispuesto a hacer lo que fuera.

Con este ideal, finalmente cogió el teléfono que aún yacía en el sillón y marcó, mientras le temblaban las manos de la ansiedad. Uno, dos, tres toques. Tamborileó con los dedos la superficie del aparato, y se sobresaltó un momento cuando la voz que esperaba respondió al otro lado de la línea.

­-¿Hola?

-¿Alex?

-Hola, Fernando. ¿Cómo has estado? -preguntó ella, animada. Por impulso, se mordió la mejilla.

-Más o menos -respondió, dudoso. Aún no estaba muy seguro de lo que haría. ¿Y si terminaba por perjudicar su matrimonio otra vez?

No, no. Ana confiaba en él; las cosas se habían aclarado, y además, no le ocultaría nada. Examinó todas las posibles situaciones que podrían desencadenarse, pero finalmente juntó coraje para lo que iba a decir, absorbiendo el aire de su alrededor como si se fuera a sumergir en el agua. Al fin y al cabo, la honestidad era lo más importante en su relación, eso lo sabía perfectamente, y no cometería un error por simples suposiciones. No otra vez.

Tomaría el riesgo, porque era capaz de llegar hasta donde fuera con tal de protegerla. Fernando suspiró, y entre palabras lentas, sacó su propuesta.

No Te VayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora