Capítulo 34. Confusión

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-¿Cómo que no llegaste? -preguntó Ana, con la misma expresión de sorpresa que Manuela -Los niños me dijeron que habías estado aquí.

-¿Los niños? O sea que tú tampoco estuviste aquí -contraatacó Fernando, sintiendo como esa pregunta provocaba que le hirviera la sangre. Así que ella también se había ausentado. Claro. Y tenía el descaro de decírselo, así, sin más.

-¿No sabías? Fui al hospital -respondió su esposa, con una cara que mostraba total confusión. Fernando no quiso creerla. Entrecerró los ojos, tratando de conservar la calma, pero se le hacía imposible. Pensó en a lo largo de su vida, e incluso de su relación con ella, había oído miles de excusas, pero ninguna como aquella.

-¿Ah sí? ¿Y a quién fuiste a ver? -dijo con un tono irónico. Ella ufrunció el ceño -Jennifer, Johnny, tu mamá, Ángel, alguno de mis hijos... ¡Anda! Dime a quién -la incitó.

Ana alzó una ceja, remplazando la arruga que se formaba en su frente por la confusión. Ella simplemente no comprendía nada. ¿Por qué se comportaba así? Fernando la asaltaba con preguntas sin sentido y con un tono extremadamente molesto. ¿Qué era lo que había pasado? No podía contestar a sus exigencias tan raras.

-Bueno, yo me retiro -mencionó Manuela, viendo que nadie hablaba y al cabo de unos momentos de silencio bastante incómodos. Ana seguía sin responder y Fernando la observaba con una ira increíble, que se notaba bastante. La tensión se sentía en el aire. La cocinera se dio la vuelta despacio y huyó a refugiarse a la cocina, dejando al matrimonio.

-Fernando, no te entiendo -dijo la castaña al fin, cuidando que la voz no le temblara -Primero que nada, cálmate...

Ese fue el límite de su paciencia.

-¿¡Cómo me pides eso?! ¿¡CÓMO PRETENDES QUE LO HAGA?! -le reclamó- ¿CÓMO TIENES EL CINISMO DE SIQUIERA VERME A LA CARA DESPUÉS DE LO QUE ME HICISTE? -gritó él, estallando finalmente. Todo lo que estaba reteniendo, la frustración y el enojo que el simple hecho de verla le hacía sentir, salieron a la superficie. Su expresión confusa y asustada, como si fuera la Ana sumisa y dulce que él creía conocer, lo irritaba aún más.

-¿De qué hablas? Si tan sólo me explicaras, trataría de contestar a tus preguntas -murmuró ella, con un hilo de voz.

-¡No te hagas la desentendida, por favor! ¿Qué no ves que me haces más daño? Ana, se acabo la farsa. Te puedes desenmascarar -siguió Fernando, sintiéndose desvanecer por dentro. Aquello era mucho para él. No se aguantaba ni a sí mismo.

-Fernando, por favor. Si es por lo del teatro, todo está olvidado. Son cosas sin importancia -exclamó Ana, tragando en seco. La situación le estaba asustando -Tú y yo hemos vivido cosas peores...

-¿Cosas peores? Por favor, ya admítelo y deja de hacerme sufrir -rogó el pelinegro, irritado y con las manos en la sien. Comenzaba a ver manchas negras por el puro coraje -Sabes perfectamente a que me refiero con esto.

-¡No, no lo sé! -respondió Ana, harta de no comprender nada -Te juro por la vida de nuestros hijos...

-¡NO TE ATREVAS A JURAR POR ELLOS! ¡Mis hijos no tienen nada que ver con tus porquerías y mentiras! -reclamó Fernando, hiperventilando.

-¡Bien! Si quieres una respuesta, dime a qué te refieres a todas estas acusaciones. Sólo me enredas más.

-Es increíble que aún te niegues a aceptarlo -Fernando tomó aire, dejando escapar un poco de la tensión acumulada y dando paso a la tristeza -¿Te suena la palabra "infiel"?

Ana se quedó fría. Sus oídos no dieron crédito a lo que su esposo insinuaba. A ella nunca se le hubiera cruzado la idea de faltar a ese juramento sagrado que hicieron ante Dios, ante los testigos de la boda, o sin contar a la gente, entre ellos mismos. Ser un mismo corazón, cuerpo y alma, dejando que el amor llenara en sus vidas sin importar lo que pasara. En las buenas y en las malas.

No Te VayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora