Capítulo 18. París

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-Queridos hermanos, estamos aquí para celebrar la unión en santo matrimonio de Ana y Fernando. Hoy, esta pareja sellará su amor con la promesa de consagrar su vida el uno al otro y nosotros seremos fieles testigo de este maravilloso evento. Por lo tanto, les suplico a los novios que no se pongan nerviosos, porque esta boda no tiene que ser perfecta, sino única y especial para ambos -dijo el padre sonriendo para calmar los nervios, dándole inicio a la ceremonia. Sus corazones latían al mismo tiempo.

Por un lado, Fernando no veía el momento para tomarla entre sus brazos y no soltarla nunca más. Era una sensación extraña, una especie de necesidad. La amaba tanto que sería capaz de todo con tal de conservarla a su lado. En esos instantes era en donde se preguntaba cómo fue que aguantó tanto tiempo viviendo sin sus besos, sus caricias, sin su amor.

Ana se sentía exactamente igual, moría por besarlo de una buena vez. Fernando lo era todo para ella y también estaba dispuesta a no dejarlo ir jamás. Ahora que se casaban, era como firmar un pacto que ambos conocían desde hacía tiempo, y que sólo su amor incondicional podía sellar; él era de ella y ella de él, punto.

Aunque ambos estaban más que impacientes, por otro lado disfrutaban cada segundo que pasaba de la boda, era un momento que deberían recordar siempre. No sabían cómo ni por qué, pero la situación estaba así de rara. Bien dicen que gracias al amor te vuelves hasta bipolar.

La primera lectura fue del Cantar de los Cantares, leída por Alicia. Grábame como un sello en tu brazo, como un sello en tu corazón, porque es fuerte el amor como la muerte. El salmo fue cantado por Fanny y la segunda lectura, que fue la Primera Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios, la leyó Sebastián. El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no es presumido ni se envanece; no es grosero ni egoísta; no se irrita ni guarda rencor; no se alegra con la injusticia, sino que goza con la verdad. El amor disculpa sin límites, confía sin límites, espera sin límites, soporta sin límites. El amor dura por siempre.

Estas palabras se quedaron en la mente de ambos, clavadas como si fueran grabados de metal, provocados por el fuego. Era como una especie de mensaje: sin importar lo que pasara, el amor duraría por siempre, y deberían luchar en todo momento por él. Esa era la promesa que hacían al casarse. Ambos sabían que no sería fácil, pero estaban dispuestos a cumplirla.

Prosiguió la ceremonia. El padre hizo que los novios se pusieran de pie después del Evangelio y la Homilía. Comenzó el rito matrimonial.

-¿Han venido aquí a contraer matrimonio por su libre y plena voluntad sin que nada ni nadie los presione?

-Sí, Padre, venimos libremente -contestaron al unísono.

-¿Están dispuestos a amarse y honrarse mutuamente en su matrimonio durante toda la vida?

Ana y Fernando voltearon a verse al mismo tiempo. Sonrieron.

-Sí, Padre, estamos dispuestos.

-¿Están dispuestos a recibir responsablemente y con amor los hijos que Dios les dé y a educarlos según la ley de Cristo y de la Iglesia?

-Sí, Padre, estamos dispuestos.

-Así pues, ya que quieren establecer ente ustedes la alianza santa del matrimonio, unan sus manos y expresen su consentimiento delante de Dios y de su Iglesia.

Ana y Fernando se colocaron de frente. Él le acarició la mejilla antes de tomarla de las manos, algo nervioso. Suspiró.

-Yo, Fernando Lascurain Borbolla te pido a ti, Ana Leal Fuentes que seas mi esposa, porque te amo y prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, y amarte y respetarte todos los días de mi vida.

No Te VayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora