Capítulo 28. ¿Confías en mí?

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Parte 2
-Bueno amor, entonces te veo al rato -reafirmó Ana desde la academia, minutos antes de que comenzara su clase.

-Claro mi vida. Me muero por que estrenes ese vestido negro tan sexy y escotado que compraste hace unos días -respondió Fernando. Ella sintió cómo se sonrojaba y podría jurar que su esposo lo sabía. Casi pudo ver la sonrisa socarrona en su rostro, con todo y hoyuelos.

Había sido todo lo frío que quisiera, pero sabía cómo acalorar. Frenó sus pasos y se volvió, como si lo tuviera detrás.

-¡Fernandou! ¡Mi amor! -le reprochó.

-¿Tiene algo de malo que desee a mi sensual y guapa esposa?

-Ay ya. No, no tiene nada de malo-. Sonrió ligeramente y bajó la cabeza, cohibida -Pero en primera, alguien te va a oír. Y en segunda, te tienes que tomar un vaso de agua bien fría para bajarte lo atrevido, que en diez minutos tienes la junta con los inversionistas de Japón. Son las 3.30, amor.

-Vaya hermosa, te sabes los horarios mejor que yo. Y estás hablando con Don Hielo, eso ya es decir demasiado. Debería traerte a la empresa para que con besos me recuerdes mi agenda -sugirió él de nuevo con ese tono especial. Ronco, bajo, como un ronroneo.

Siempre lo usaba para... ¿Seducirla? Ajá, esa era la palabra. Fernando lo había empleado varias veces: en su primer beso, en los separos, cuando la arrimó contra el escritorio, etc, etc. Si se ponía a pensar, había tantos momentos que le era difícil enumerarlos. Aprovechado.

Estaba a punto de contestarle con algo mordaz para provocarlo, cuando un grito desde el fondo del salón la sobresaltó.

-¡Ana! Cuelga ese teléfono -la reprendió Melissa al frente de sus compañeras, quienes la veían con una sonrisa pícara. Ella se sonrojó más de lo normal y asintió, regulando su respiración por el susto.

-¡Ya voy! -respondió en voz alta. Se giró para darles la espalda, en frente del espejo, y bajó su volumen a un susurro -Mi vida, me tengo que ir. Cuídate y no te tardes mucho, que apenas y te he visto en estas semanas. Un día de estos te voy a robar. Te amo, mi Don Hielo.

-No me desagradaría nada la idea, y juro que hoy te compenso todas las noches que he llegado tarde. Yo te amo más, preciosa.

-No, yo.

-Que no, yo.

-Yo, porque yo te amé primero y te amo sin límites. Punto -dictó como niña pequeña. Ambos sabían que cuando utilizaba ese tono, nada estaba a discusión. Fernando soltó una carcajada.

-¡ANA!

-Ya, ahora sí me voy. Besos, corazón. Hasta pronto.

-Hasta siempre, Ana. Recuérdalo. Hasta siempre.

Volvió a sonreír y colgó, colocando el teléfono sobre su pecho y olvidando por un momento que la estaban esperando; soltó un suspiro. Adoraba al hombre con su vida y lo extrañaba muchísimo. Su voz, sus ojos, sus caricias, sus besos, la manera en que se entregaba a ella; cada día crecía su adicción a él. Embobada, no se movió del frente del espejo y se quedó con la mirada perdida en su enamorado reflejo, imaginando que el calor de sus brazos la recorrían, como antes. De igual manera, no se dio cuenta de que todas la veían.

-Ana. ¿Ya estás lista o quieres otra hora para hablar con Fernando? -preguntó Melissa molesta, sacándola de sus pensamientos. El aire se le fue y casi tira el teléfono por la impresión.

-Sí, perdón -contestó, más apenada de lo normal. Varias de sus compañeras le guiñaron un ojo y sonrieron, girándose al frente. Se colocó junto a María y bajó la mirada al ver que su amiga también se reía.

No Te VayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora