Capítulo 17. Sueños y permisos

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Se encontraba en la biblioteca de la casa. No sabía qué hacía allí. La mansión se encontraba en completo silencio, lo cual era bastante anormal.

-¿Fernando? -preguntó una voz desde lejos. Fernando se estremeció. No podía ser, aquello no podía ser. Aquella voz era exactamente igual, pero no daba crédito a sus oídos.

-¿Estefanía? -dijo ansioso. ¿Sería ella? Empezó a dar vueltas sobre sí, esperando visualizarla.

-Fernando, por aquí -respondió la misma voz. Por la distancia, percibió que estaba atrás de él. Sonaba como la recordaba, con ese toque de simpatía y dulzura que siempre había usado al hablar.

Se volteó al pie de la escalera. Ella estaba vestida de blanco, a unos pasos de él. Su primer impulso fue correr a abrazarla.

-Estefanía, mi amor. ¡Estás aquí! -dijo Fernando mientras la estrechaba en sus brazos.

-Sí querido, estoy aquí. Te extraño mucho -afirmó ella con dulzura. La soltó y Estefanía le acarició tiernamente la mejilla. Él volvió a sentir escalofríos; el contacto parecía tan real...

-Yo también te he extrañado... -respondió Fernando sin terminar la frase. Bajó la cabeza. Un extraño remordimiento se posó sobre su mente, como si sintiera que traicionaba a Fanny por estar a punto de casarse con Ana, por amarla con tanta intensidad. Sin embargo, no sentía el deber de arrepentirse.

-Fernando, mírame a los ojos -dijo Fanny con simpatía, no se notaba algún indicio de reproche en su voz. Fernando levantó el rostro -Está bien que la ames, que te vayas a casar con ella. No hay razón por la que te debas sentir culpable.

Sus palabras lo tranquilizaron. Él sintió que un peso se le quitaba de encima, parecía que le había leído la mente. Se sentía raro al tenerla de frente. Qué no hubiera dado por un momento como ese hacía año y medio, pero era obvio que ahora no sentía esa necesidad por tenerla de nuevo a su lado. Su partida había cambiado las cosas.

-Yo también la quiero -Fanny continuó, sacándolo de sus pensamientos -. Ve lo que ha hecho contigo, con nuestros hijos. Le devolvió la alegría a nuestra familia y los ama tanto como yo. No estaba equivocada al enviártela -dijo sonriendo. La confesión lo tomó por sorpresa.

-¿Enviármela? -Preguntó con incredulidad -¿Tú la enviaste para nosotros?

-Sí Fernando, yo la mandé y por eso te pedí que no la dejaras ir. Ella es la mejor candidata para hacerlos felices. También por eso le estoy eternamente agradecida por cuánto amor les ha profesado, y que estoy segura que seguirá haciéndolo. Ana es única, Fernando, cuídala y ámala tanto como lo hiciste conmigo.

-Lo prometo, de verdad -respondió Fernando mientras la tomaba de las manos -Estefanía. Fanny. Sabes que siempre te voy a amar, eres la madre de nuestros hijos y fuiste mi primer amor. Pero aunque me pese un poco, ya no puedo quererte con la misma intensidad. Con Ana volví a llenar ese vacío que quedó cuando te fuiste, algo que yo creí imposible. Por favor, perdóname.

-Jamás me enfadaría porque fueras feliz, Fernando. Jamás, y recuerda que yo te la mandé; sería algo contradictorio si yo no lo aprobara. Deseo de todo corazón que seas feliz cariño, te lo mereces. Disfruta la vida mi amor, y recuerda que siempre te voy a amar Fernando. Siempre... -dijo estrechándolo un poco más de las manos. Se fue soltando lentamente.

El sueño se fue desvaneciendo. Él regresó poco a poco a la realidad. Abrió los ojos, y una sonrisa se le dibujo en el rostro. Ya era de mañana. Había llegado el día.

Ana no logró dormir nada bien por la ansiedad. En cuanto despertó, las ganas de correr hacia Fernando, besarlo y decirle que ese día se casaban aunque ya lo supiera, fueron enormes, pero no lo podía ver hasta la boda. Se incorporó en la cama y sacó el pañuelo del cajón, acariciando las iniciales como tantas veces antes. Las niñas entraron a la recámara gritando con emoción, todas cargadas con maquillaje, peines y artículos de belleza.

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