Capítulo 48. Sentimientos guardados

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Abrió los ojos con pesadez. La cama se sentía fría, sola. Sin girarse, palpó el lado donde se suponía que debía estar él, pero no sintió nada. Eso le activo una especie de alarma. Ana se incorporó con rapidez, y adaptando sus ojos a la luz, buscó con la mirada algún indicio de que Fernando estuviera en la recámara, sin resultados.

Se percató de un silencio inusual que reinaba en toda la estancia. Parecía que era la única que estaba en la casa, lo cual la terminó de desconcertar. No era normal. Rápidamente trató de pensar las posibles opciones: tal vez los niños estaban en la escuela, Fernando en el trabajo, Manuela y Bruno haciendo las compras, su mamá con el bebé en el parque... Pero no, algo le decía que las explicaciones que ella buscaba no tenían que ver con lo que estaba pasando, como un mal presentimiento.

Lentamente, trató de levantarse, pero un extremo cansancio se apoderó de su cuerpo repentinamente. De manera automática bajó la vista, pero no encontró nada inusual. Desconcertada, volvió a hacer un esfuerzo por levantarse, y esta vez sí lo logró. Comenzó a caminar despacio, oyendo como crujía el suelo y sintiendo como sus pies se calaban de frío. De repente, y para aumentar su confusión, alguien comenzó a tararear desde el baño.

Sabía que no era Fernando; conocía su voz a la perfección como para pensarlo. Sintió como las manos le hormigueaban y la sangre le recorría los dedos, causándole escalofríos. Tantos eran sus nervios que le daban náuseas. Se acercó con algo de temor, pero finalmente empujó la puerta del baño de manera suave. Casi como en una película de terror, la puerta rechinó para erizarle los vellos de la nuca y dejar ver una figura que no correspondía a su entorno.

-Hola mi amor, ¿cómo amaneciste? -preguntó César, quien dejó de rasurarse frente al espejo y volteó con una gran sonrisa a verla. Ana sintió que se mareaba y se recargó sobre el marco, dando un pequeño paso hacia atrás para no perder el equilibrio. Rápidamente, el castaño la asistió cogiéndola del brazo, haciéndola entrar un poco más en aquel espacio reducido. Sin embargo, a los dos segundos, Ana retrocedió de nuevo, asqueada por la sensación tan desagradable de la piel de él contra la suya.

-¿Qué haces aquí? ¿Dónde está Fernando? ¿Dónde están mis niños?

Las palabras brotaban de su boca sin poder contenerse, incrementando su ansiedad.

-Yo muy bien, sobretodo estando a tu lado -contestó él como si ella hubiera preguntado mismo que él hacía unos segundos. Ana enarcó una ceja. César esbozó otra de sus típicas sonrisas y volteó momentáneamente hacia el espejo, cogiendo una toalla para secarse. Ana aprovechó para apenas girarse y ver la puerta de la recámara, la cual sería su salida. Sin embargo, César lo notó de inmediato y casi esperándose su maniobra, la arrinconó contra la pared empleando algo de fuerza, lo cual la puso aún más nerviosa. Lo extraño es que no se veía enfadado, sino todo lo contrario: no dejaba de sonreír. Sin perder la alegría, se inclinó hasta su vientre y comenzó a dar besos suaves por toda la extensión, por lo que la castaña tuvo que mantener la calma y no soltarle una patada en ese mismo instante. Como ese hombre estaba loco, no sabía que clase de truco era aquel.

-¿Dónde está Fernando, César?

El castaño levantó la mirada y ella se encontró con sus ojos duros y penetrantes, que no coincidían para nada con la expresión que esbozaba en ese momento.

-Mi amor, ya lo hemos hablado. El único hombre en tu vida ahora, soy yo, y este hermoso de por acá -Besó nuevamente su vientre -Es tu único hijo. Nuestro único hijo.

No Te VayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora