Capítulo 30. Es hora de hablar

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Sentía el agua recorrer su espalda de manera reconfortante. Siempre solía tomar una ducha para terminar de despertar y estar más lúcida.

Ana cogió el shampoo, aplicándolo en su sedoso y bien cuidado cabello. Se preguntaba cómo serían los ensayos de Hamlet, si le costaría mucho trabajo interpretar a Ofelia, o mejor dicho, de qué manera interpretaría a una joven loca y enamorada, que estaría incluso dispuesta a morir por aquel al que ama. Una historia trágica, dramática; tenía que lograr meterse en papel, demostrando todo a través del arte del ballet.

Sabía que era un reto, sí, pero siempre habían sido de su agrado; ponerse a prueba a sí misma era una de sus tantas características, y sentía una gran satisfacción cuando lograba sus objetivos. Así había llegado a la casa, se había ganado a los niños... Sólo hubo una ocasión en que no pudo cumplir un reto, el más difícil de su vida: olvidar a Fernando. A él nunca lograría arrancárselo del corazón, por mucho daño que le hiciera.

En fin, eran tiempos pasados. Tomó el jabón y comenzó a pasarlo por su cuerpo al tiempo que se enjuagaba.

-¿Siempre te ves así de sexy cuando te bañas? -le susurró una voz ronca a sus espaldas, cuyo dueño la tomaba fuertemente por la cintura. Dio un salto del susto e instintivamente se volteó, cubriéndose con las manos.

-¡FERNANDO! ¿Nunca vas a terminar de entender que no me gusta que hagas eso? -le reprochó a su esposo, quien la miraba de manera seductora. Sonrió pícaramente y la tomó por la espalda para acercarla más a él. Ana sintió cómo subía la temperatura, y no era precisamente el agua caliente.

-¿Esto? ¿A qué te refieres? Porque no es la primera vez que tú y yo tomamos una ducha juntos, y en ninguna ocasión he escuchado quejas... -dijo Fernando, aún ronco. Trazaba caminos por su piel húmeda, apenas rozando los dedos. Inevitablemente, se estremeció en sus brazos.

-No te hagas el payaso, que sabes perfectamente a qué me refiero.

-No, no lo sé -él comenzó a besarle el hombro delicadamente, pasando sus labios de manera apenas perceptible, pero excitante. Sabía tentarla muy, pero muy bien -Lo único en lo que puedo pensar en este instante es en cuánto me encanta el sabor de tu piel -subió por el cuello -temblando por mí.

-Eres un... -trató de ofenderlo, pero la sensación tan placentera que las caricias que él le brindaba no le permitieron pronunciar una palabra más.

-No contestaste a mi pregunta. ¿Siempre te ves así o lo haces porque sabes que yo estoy atrás? -repitió Fernando, masajeando de manera excepcional toda su columna. No aguantaría mucho más.

-Supongo que tú deberías... Saberlo -apenas logró decir, jadeante. De inmediato se arrepintió por no intentar demostrar alguna clase de fortaleza. Como suponía, a Fernando se le subió el ego, ya que había demostrado el poder que lograba ejercer sobre ella, e hizo de sus caricias, más lentas y específicas, una tortura.

-¿Lo ves? Caes muy fácil, Ana. Tan rápido como yo, cuando tú eres la que me provoca -susurró de nuevo él en su oído, mordiéndolo suavemente. Ana no resistió y lo tomó por las mejillas, besándolo de la manera que más necesitaba. Era demasiado consciente que cuando hacía eso, caía rendida a sus pies, convirtiendo a los labios de Fernando en un antídoto para el veneno que solía recorrerla por todo el cuerpo y que hacía que cada vez pidiera más y más.

Nunca alcanzaba comprender qué era lo que él hacía para sentir esa necesidad, tan desenfrenada que el resto del mundo pasaba a segundo plano para sólo concentrarse en su perfectísimo marido.

Se separó a duras penas del beso y sonrió entre los labios de Fernando. Él la imitó.

-Debo admitir que nunca seré capaz de quejarme por sentirte así, mi amor-dijo Ana también en un susurro, antes de volverlo a besar.

No Te VayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora