Capítulo 32. Un beso

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Fernando se quedó en shock unos segundos más, antes de comenzar a gritar su nombre por toda la recámara. Sintió cómo un sentimiento de preocupación se instalaba en su pecho y le aceleraba la respiración sin poder evitarlo.

-¿Qué pasa, papá? -preguntó Alicia, asomándose por la puerta. Su gesto reflejaba extrañeza. Fernando se pasó una mano por el cabello, convenciéndose de su primera idea.

-Tu mamá no está en la casa -dijo, moviendo los ojos de un lado a otro con nerviosismo. Recorrió de nuevo el espacio, como esperando a que Ana saliera, caída del cielo.

-Discutiste con ella, ¿verdad?

-Sí -Fernando meneó la cabeza, autoreprochándose a sí mismo. Ahora más que nunca se arrepentía de esa pelea -Discutimos muy fuerte anoche por lo de la obra, y otros asuntos. Yo dije cosas que no debía decir, ella se enojó y yo terminé por dormir en la recámara que solía ser suya; pero ahora venía a hablar para arreglarnos. Me preocupa mucho que no esté.

Alicia no lo pensó más. Entró y lo abrazó; Fernando pensó que debía haber notando su enorme aflicción. Le acomodó un mechón de cabello y en su interior agradeció enormemente el gesto, era un lujo contar con un consuelo. Fue tan reconfortante que casi se olvidaba de qué era lo que estaba buscando. Pero su hija lo recordó, separándose unos instantes después y dejándolo con una sensación un poco vacía al recordar su situación. Alicia lo miró a los ojos, a punto de agregar algo, cuando unas voces somnolientas se escucharon al fondo del pasillo.

-¿Te peleaste con mamá? -preguntó Luz, colocándose junto a su hermana, seguida de Sebastián y los gemelos. Fanny y Nando aún no aparecían. Fernando dedujo que de seguro habían escuchado la explicación que le había dado a Alicia acerca de sus frenéticos gritos. Le dirigió una corta mirada elocuente a su hija, dándole a entender que no dijera nada. Ella asintió y él se colocó en cuclillas para quedar a la altura de la pequeña.

-No, mi corazón. Entendiste mal; yo sólo venía a dejarle el desayuno porque se sentía un poco indispuesta anoche y no quise molestarla durmiendo aquí. Pero no se preocupen, ¿eh? Vuelvan a su recámara, seguro salió por algunas medicinas y no ha llegado -respondió con el tono más sereno que pudo emplear, mientras acariciaba la mejilla sonrosada de Luz.

-Sí hermanitos -exclamó Fanny, haciendo acto de presencia junto con Nando. Ambos se quedaron en el umbral -Es bastante temprano, vayan a dormir.

La voz de su hija sonaba más segura, por lo que Fernando esperó que los pequeños obedecieran la instrucción para poder continuar buscando a Ana. A pesar de que había tratado de calmar su respiración, la tarea se le antojaba cada vez más difícil. ¿Y si por estar enojada con él, le había pasado algo...? No, no. Ese pensamiento se alejó tan rápido se su mente como había llegado. Ella estaba bien. Ana tenía que estar bien.

-¿Seguros que no pasa nada? -inquirió Sebastián, con un rastro de inseguridad en los ojos. Fernando sabía que él, por ser más grande, era un poco más difícil de engañar. Pero ante la pregunta, la inmediata respuesta fue una negativa con la cabeza, por parte de los tres hermanos más grandes y él mismo.

Aunque bien, fue Fernando quien hizo el gesto con más vehemencia; entre más seguro se mostrará, mejor. Sin duda, no quería involucrar o afectar a los pequeños, porque de todas maneras, esperaba poder reconciliarse con Ana lo más pronto posible. Y sus razones para apremiar el tiempo no eran sólo por sus hijos, porque no quería hacerlos sufrir. No. Iba mucho más allá de lo que Fernando podía describir. Él no sólo encontró una madre para sus hijos al casarse con ella, sino que halló a una confidente, una cómplice, una consejera, una amiga, una amante y además de todo, a alguien con quien compartir el resto de sus días. Desde su boda con Isabela, sentía un constante sabor amargo en la boca cada vez que reñían, porque esas peleas sí iban en serio, no como cuando llegó a la casa. Discusiones en las que Ana terminaba con los ojos empañados y él queriendo dar hasta la vida por evitarlo. Le dolía con el alma saber que por su culpa, ella había derramado lagrimas de tristeza, de enojo y dolor. Era la única carga con la que no podía lidiar.

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