Capítulo 94. No te vayas

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Fernando tragó en seco, sintiendo cómo se le bajaba la presión. Una sensación que no tenía desde hacía mucho, muchísimo tiempo se apoderó de su cuerpo, inmovilizándolo un instante. Algo, como lo que sentía con... César.

Se suponía que las cosas se habían acabado meses antes, con su fatídica muerte, que al final,  aunque sonara cruel, resultó ser un alivio para ambos. Ana estaba a salvo, que era lo que más le importaba, y él asumía que no tendría que volver a pasar algo así. Hasta hoy.

Junto con su miedo, Fernando suponía que debería volver el mismo enojo que sintió con el castaño, pero no fue así. No estaba molesto. No. Verdaderamente, Alex nunca le había hecho algo grave a Ana, algo por lo que tuviera que pagar, tal y como lo hizo César. Lo que había pasado también había sido cosa suya, pero igual, se suponía que eso se había quedado atrás, que ya no volvería a emerger. Ahora, la situación se le estaba yendo de las manos, y por supuesto, no lo habría esperado jamás. Ni siquiera se le llegó a cruzar por la cabeza. 

Después del beso, la pelinegra lo había buscado dos veces: una, en el hospital, y otra, en la casa. En ambas ocasiones, él había descargado su furia, su impotencia hacia la persona que había logrado desestabilizarlo en cuando a sus sentimientos. Era consciente de que también era su culpa, pero aun así, sentía un incesante enojo en contra de ella, y tenía que sacarlo de alguna forma. Y la altanería que existía por parte de Alex, no lo ayudaba mucho.

Sin embargo, este último mes había sido diferente. Él creía que desde su último encuentro en la casa, las cosas habían quedado claras, pero ella volvió a arremeter. Sus mensajes eran de súplica, y únicamente, le reiteraban los supuestos sentimientos que tenía hacia él. Fernando los consideró una tontería, como las insistencias anteriores; pensaba que tarde o temprano, se cansaría. Pero las cosas ya se habían tornado en algo mucho más peligroso. El miedo de meses antes, se volvía a instalar en su pecho.

-Precioso, ¿sucede algo? -le preguntó Ana, haciéndolo sobresaltar. Al ver que daba un paso hacia él, escondió el teléfono y negó con vehemencia.

-No, no. Para nada.  Es un simple problema de oficina -respondió rápidamente -, algo que tengo que resolver. Pero nada más.

-¿Tienes que salir?

-Eh... Sí, mi vida. Pero regreso rápido, no te preocupes.

-¿Seguro que es eso? Te noto raro -. Fernando observó el rostro de su esposa, que no estaba muy convencida. Sus nervios tenían que ser obvios. Sin embargo, hizo un esfuerzo y se mantuvo en su posición aparentemente calmada, tratando de sonreír para disipar sus dudas.

-Son imaginaciones tuyas, Ana -Ella torció la boca, pero no agregó nada -Mira, salgo, lo resuelvo y vuelvo para que terminemos de celebrar, ¿vale? 

Caminó hasta ella y le dio un beso suave, que Ana no regresó con mucho convencimiento. Fernando sintió la primera punzada de culpa, pero no podía hacer nada más. No se lo diría, se quedase como se quedase.

Quiso darse la vuelta, mas no había dado ni un paso cuando su esposa lo cogió de la mano para retenerlo, mirándolo a los ojos en cuanto lo volvió a tener de frente.

-¿Pasa algo, mi amor? ¿Quieres que te traiga alguna cosa?

Ella apretó los labios, observándolo detenidamente. Se estaba decidiendo entre confiar en él o no. Fernando sintió los nervios de un colegial, al que están pensando en culpar o no por alguna travesura. Al final, se limitó a soltar aire, como si se resignara, y se le acercó para darle otro beso.

-No, no pasa nada -murmuró Ana, algo indecisa -Sólo... Te amo, Fernando.

El pelinegro tomó ambas manos y las besó, sonriéndole.

No Te VayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora