Capítulo 58. Príncipe y princesa

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Pasaron algunos días después del viaje a la playa. El siguiente sábado, era el cumpleaños de Lucecita, y Ana estaba organizando con Fanny la fiesta sorpresa de la pequeña. La chica celebraría su cumpleaños en una salida breve con sus amigos y su novio, por lo que nada más partirían el pastel el mismo día, como todos los años, pero la atención sería mayoritariamente para Luz.

-¿Entonces crees que le guste lo de las obras? -preguntó Ana, mirando a la computadora de su hija con curiosidad, observando varios trajes y escenografías que podían armar.

-Por favor, a mi hermana le va a encantar. Con lo mucho que le gustan los cuentos y las princesas, va a decir que este fue el mejor cumpleaños de la vida.

-Pero si dijo que el mejor cumpleaños fue el año pasado, cuando tu papá la llevó con los ponis, según me contaron -mencionó ella, tratando de no recordar aquella época. Fue en el tiempo donde se había alejado de Fernando gracias a la mentira del Chicago, por lo que lamentablemente, no había podido pasar los cumpleaños de las niñas. Por eso, quería compensárselo a la pequeña con algo en grande, algo que en verdad le encantara.

-Es que para Luz, todos los años son sus mejores cumpleaños -aseguró Fanny, sonriendo.

-Pues yo creo que podemos hacer pequeñas adaptaciones de las escenas de sus cuentos favoritos: La bella y la bestia, La cenicienta, La bella durmiente y Blanca Nieves.

-¿No son muchos?

-No, sólo serían pequeñas escenas. Así como la sorpresa de tu papá hace dos años, ¿te acuerdas?

Fanny asintió, sonriendo.

-Alicia hizo un muy buen trabajo interpretándote -comentó, recordando con qué esmero habían preparado aquel regalo -O cuando hicimos la pastorela, también.

-Exacto -Ana también sonrió. Sin duda, este proyecto sería igual de divertido de preparar.

-Bueno, entonces, vamos escribiendo los guiones, ¿no? Tendremos que mantener a Lucecita alejada o distraída, a lo menos, para poder ensayar.

La castaña abrió el programa de notas y cogió la computadora, escribiendo el titular de la primera obra.

-Algo se nos ocurrirá. Pero de mientras, tenemos que iniciar con esto.

Fanny acató la orden y entre las dos comenzaron a escribir los guiones rápidamente, con ideas divertidas que combinaran la personalidad de ellos en la vida real y el esquema de los personajes.

Al otro lado de la ciudad, Fernando se estacionaba en frente de la entrada del hotel. Era la mitad de la tarde y aunque las horas más fuertes de sol ya habían pasado, aún calentaba a la ciudad de manera impresionante, provocándole un bochorno molesto. Se quitó el saco y se remangó, bajando los cristales para evitar tener el aire acondicionado prendido. Miró las anotaciones y los documentos del seguimiento de la investigación sobre el tablero del coche, guardados cuidadosamente en una carpeta. El detective tenía ciertos avances sobre el caso, pero nada realmente significativo. La lentitud del sistema le hacía sentir impotente, ya que si por él fuera, tendría a treinta equipos de seguridad buscando a César hasta por debajo de las piedras, pero era obvio que no le tomaban la suficiente importancia como para tomar medidas más efectivas. Por eso mismo, él había tomado parte de la investigación.

Oyó que su teléfono timbraba y lo tomó, observando un mensaje del vicepresidente de la empresa. No quiso responder en ese momento; no tenía ganas de ver algo que estuviera relacionado con su trabajo. Dejó el celular en la guantera, con un gesto de molestia. Cerró los ojos y se recargó sobre el asiento, suspirando. Sintió que una ráfaga fresca de aire le daba en el rostro, calmando un poco su estrés, y se pasó una mano por el cabello para relajarse. Los días seguían pasando con rapidez, y sentía que no avanzaba nada. Además, el trabajo estaba más pesado que nunca, y las ocasiones en las que estaba de un humor aparentemente bueno, a esa hora del día, eran contadas. Observó que una mujer muy atractiva, y con una sonrisa pintada en el rostro, comenzaba a acercarse al coche, saliendo del hotel.  Traía un vestido por el calor, ajustado y algo corto, dejando entrever su envidiable figura. Sin saber muy bien el por qué, le contagió un poco la alegría, al tiempo que le devolvía la sonrisa y levantaba una mano a manera de saludo. En menos de un minuto, Alex se había subido al vehículo, saludándolo con cierta efusividad.

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