Capítulo 82. Sospechas

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Ana captó el mensaje de inmediato, pero en vez de cohibirse, decidió provocarlo más. Sabía que tendrían una larga velada por delante. Muy exhaustiva, probablemente.

-¿Y si mejor me la quitas tú? -le preguntó, mientras que él se dirigía al baño. 

Fernando, como era de esperarse, no pudo pasar de largo el comentario, y se volvió a asomar por la pared, con los ojos echando chispas de deseo. La castaña se carcajeó por su cara de perversión y e hizo un gesto en el que se señalaba todo el cuerpo, como diciendo " Si vienes, ¿qué esperas?".

Su esposo de inmediato cruzó la habitación y la tomó fuertemente de la cintura, para un segundo después, besarla con una pasión exquisita. Ana rió entre sus labios y pasó los brazos alrededor de su cuello, parándose un poco de puntillas para alcanzarlo mejor. Sintió que las manos de él comenzaban a pasar por debajo de la blusa; su esposo no quería perder el tiempo. Tanto su piel como los dedos de él estaban fríos, gracias al agua de lluvia, pero estaba segura de que dentro de muy poco entrarían en calor. 

El pelinegro empezó a dar pasos hacia el baño, llevándola con él. Los besos que subían de intensidad, poco a poco, tomaban un cariz perfecto, provocándoles al instante, una combinación de sentimientos en la que ambos estaban tan metidos, que se olvidaban de todo lo que pasaba a su alrededor. Sólo lograban concentrarse en el amor que se estaban demostrando, guiados por la pasión y por la ternura. 

Entraron, ya con ansias de deshacerse de sus respectivas prendas. Fernando abrió la llave del agua, sin distraerse mucho de su ocupación, bajando al cuello de Ana. Ella arqueó la espalda y se pegó a la pared, hundiendo sus manos en el cabello de él; con los ojos cerrados, simplemente se dejaba llevar por las sensaciones que la iban arrastrando al éxtasis. 

Ella desocupó un brazo y tanteó el agua, para ver cómo estaba de temperatura. Su esposo se dio cuenta y se detuvo tan sólo un momento para hablar. 

-¿Cómo la sientes? ¿Está caliente? -cuestionó entre jadeos.

-Es que no sé, porque creo que todo lo que toque ahorita se va a sentir caliente. 

Él rió y sin importarle mucho la temperatura del agua, la encaminó a punta de besos hacia la regadera, sintiendo cómo las tibias gotas caían sobre su cabeza. Al principio, el contraste se sintió mucho; los dos tenían la ropa húmeda y fría, y sus cuerpos tardaron un poco en adaptarse. Sin embargo, eso no fue impedimento para que se separaran el uno del otro, o dejaran de hacer lo que estaban haciendo.

Fernando le quitó la blusa de tirantes y la tiró por alguna esquina del baño, viajando por su figura con los dedos y deleitándose en el acto. Sus formas, sus curvas, eran un placer del que jamás se cansaría de disfrutar, la recorriera como la recorriera. Halló el seguro del sujetador y también lo zafó, retirándolo al instante para sentir completamente el torso desnudo de ella contra el suyo propio. Comenzaba a sentir cómo la excitación le pasaba las cuentas, invadiéndolo por todo el cuerpo. 

Un encuentro perfecto, entre él y ella, acoplándose en medida perfecta, era en verdad lo que se desarrollaba. Y es que de hecho, últimamente, disfrutaban mucho más de sus entregas. Tal vez por el tiempo que estuvieron separados, por siempre tener las ganas de deshacer todo y volver, de eliminar los problemas que constantemente solían rodearlos. O porque también, simplemente se dedicaban a sentirse más el uno al otro, de disfrutarse en cuerpo y alma. 

El pelinegro volvió a concentrarse en el cuello de ella, aprovechando que ya no tenía nada encima, besando y succionando la piel que tenía por delante con avidez. Ana buscó a tientas el botón de su pantalón y lo bajó, deshaciéndose de la pila de ropa que le quedaba sobre los pies y quedando casi desnuda ante él. 

No Te VayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora