Capítulo 29. Encerrado en el trabajo

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-No, no, no y no. ¿Cómo que no pueden venir hasta después las cinco, Beatriz? -preguntó Fernando por el teléfono, con un tono bastante irritado.

-Sí señor, lamento informárselo, pero el comité de la empresa cambió la cita hasta después de esa hora... -respondió su secretaria en voz baja, un poco intimidada. Agh, genial. Ahora también se desquitaba con Betty. De inmediato se arrepintió por hablarle tan mal; la pobre no tenía la culpa del retraso. Aspiró hondo antes de contestar.

-Ok Beatriz, gracias por avisar. Dime cuando hallan llegado, por favor. Eso es todo.

-Sí señor.

Colgó la llamada y se pasó las manos por el cabello, en un gesto de frustración. No podría pasar por Ana si se retrasaba la reunión, y sería la cuarta vez que la dejaba plantada en el mes. Pero, por otro lado, no podía perder la junta del consejo; era muy importante dar a conocer los avances de la empresa para idear una nueva campaña y atraer más inversionistas, y usualmente, la tarea les llevaba mucho tiempo. Siempre había estado ocupado en el trabajo, pero ahora sentía que era más su responsabilidad para con la Costeña, para que no cayera bajo los efectos de la crisis económica. Muchas familias dependían de él, eso estaba claro... Pero también sabía que estaba descuidando la suya, y sobre todo, a Ana.

Tan sólo de pensar eso, se sentía culpable consigo mismo. Aunque, en sí, era consciente de que esa era su realidad, y no hacía nada por cambiarla.

Vio el reloj que colgaba de la pared; las 3.30pm. Ella entraba en las mañanas al curso, tomaba las clases de 3 horas y regresaba a comer con los niños. Después, hacían los deberes juntos y Ana volvía a irse los lunes y los jueves rumbo al Workshop, como aquel día. Para esta hora, ya debería estar en la casa. Se supone que la recogería a las 7.00pm en el taller y pasaría un rato con la familia, pero al "honorable comité" se le había ocurrido llegar más tarde, arruinando sus planes.

Resopló y trató de idear una solución, pero ésta vez no se le ocurrió nada. Era difícil pensar cómo se lo podría compensar a Ana. Sin alguna idea, y con enojo por ello, cogió el teléfono y buscó en sus contactos hasta encontrar su nombre. Marcó el número y se llevó el celular al oído, sintiendo una mezcla de molestia y tristeza por no poder pasar tiempo con ella.

-¡Fernando! Hola, mi amor -dijo Ana a través de la llamada, con un tono bastante alegre. La culpa aumentó.

-Hola guapa, ¿cómo estás?

-Bien, con mis ocho corazones. Díganle "Hola a su papá" -pidió a lo que parecían ser los murmullos de la tropa. Sonrió un poco.

-¡Hola papá! -gritaron todos a lo lejos. Oyó que Ana decía algo por lo bajo y sus hijos volvieron a hablar -¡Te queremos!

-Yo también hijos. Los amo -respondió él, un poco alegre. Su esposa volvió al control del teléfono y continuó después de calmar un poco a los niños.

-Por cierto, me alegra que llamaras -mencionó ella -Voy a salir con los niños antes de ir al Workshop.

-¿Ah sí? ¿A dónde? -preguntó con curiosidad.

-Vamos a comprar unas cosas a la plaza. Son para César; de hecho, él también va.

Agh, César. Oía su nombre y sólo podía sentir asco. Asintió lentamente y conservó la calma para contestar.

-Me alegra que salgas con los niños, amor. Por cierto... -dudó un poco lo que diría- No voy a poder pasar por ti a la clase -soltó de golpe. Oyó cómo ella suspiraba, resignada. ¿La dejaba tanto tiempo que ya ni siquiera se entristecía? Valiente ejemplo de marido. Continuó hablando -La junta se retrasó y...

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