Capítulo 21. Tarde de familia

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-Mi amor, me muero por ver a los niños. ¿Seguro que Zeus ya viene por nosotros? -preguntó Ana con ansiedad. Dos semanas sin sus pequeños era demasiado.

-Sí mi vida, ya está en camino. Tranquilízate. Dime, ¿no vas a extrañar ni siquiera tantito París? -cuestionó Fernando con voz desganada. Ella se volteó y dulcificó su gesto. Le dio un beso.

-Claro que sí, más que nada la enorme privacidad de la que gozábamos. Pero debes entender que los ocho junto contigo son mi razón de existir y no puedo vivir tanto lejos de su lado. Los he extrañado muchísimo -contestó con voz de niña, separándose de sus labios.

-Pues creo que tu sueño se volvió realidad. Ahí está Zeus -dijo Fernando señalando al chofer, resignado. Ana saltó de la emoción y corrió hacia él, dándole las maletas con una velocidad impresionante y apresurándolo para que las llevara al coche; claro, sin perder la cortesía.

Zeus lo miró con gesto de súplica, pidiéndole ayuda. Fernando sonrió y se dirigió al coche ante los gritos de Ana, quien ya le insistía que subiera.

-¡Pero pícale Fernando! Seguro cuando lleguemos Luz tendrá la edad de Fanny y estará a punto de casarse -dijo desesperadamente. El nerviosismo de Ana ponía de buen humor a Fernando, era demasiado cómico verla así.

-Mi amor, cálmate. Desde hace once horas sólo me has dado un beso. Uno. Así que por piedad, te pido que procures tranquilizarte y me des la mano. Por favor -contestó suplicante. Ella le sonrió. Tenía razón, estaba muy ansiosa y no le había puesto suficiente atención desde que salieron de París.

-Tienes razón, mi amor. Pero, a todas estas, ¿qué tiene que ver Piedad en todo esto? -preguntó Ana conteniendo la risa. Él no captó la pregunta.

-¿Qué Piedad?

-Es que como dijiste "Por Piedad", decidí preguntarte. Digo, yo no la conozco.

Ambos soltaron una carcajada por la broma de Ana. Incluso Zeus comenzó a reírse. Fueron tomados de la mano durante el trayecto, como era su costumbre. Fernando la abrazó con ternura por la cintura, tomándola por detrás y sosteniéndola contra su pecho. Ella se acurrucó, subiendo los pies al asiento y pegándose más a él. Se miraron a los ojos, sonriendo.

Llegaron a la casa. En la cajuela había regalos de Europa para los niños, y querían dárselos inmediatamente. Se soltaron de la mano y entre los dos sacaron los ocho regalos, pero casi al entrar a la casa una multitud de siete salió corriendo desde la puerta, llevándose a Ana y a Fernando en un abrazo, al mismo tiempo que los alejaban para tirarlos al pie del jardín. Un cartel de bienvenida los envolvió, mientras que los globos llenaban la estancia. El matrimonio logró verse entre las pequeñas cabezas de los menores, quienes los abrazaban, y esbozaron una sonrisa cómplice.

-¡Bienvenidos! -gritó la tropa al unísono, evidentemente emocionados.

-¡Ay! No saben cuánto los extrañé -exclamó Ana riéndose al caerse por el peso de sus hijos sobre ella. Intentó ponerse de pie sin éxito, y después de un rato se dio por vencida -¡Beso multitudinario! -gritó al ver que los pequeños no la dejarían escapar. Ante la orden, ayudaron a ambos a ponerse de pie, mientras Ana les daba un beso a cada uno. Luz saltó a los brazos de Fernando.

-¡Papá! -dijo la pequeña con una sonrisa, tratando de llamar su atención.

-Dime, mi corazón.

-Ahora que ya te casaste con Ana, ¿está bien si le decimos "mamá? Es que estuvimos en ese dilema toda la semana -mencionó Luz con inocencia. Ana los miró, sorprendida.

-Uhm.. No lo sé. ¿Por qué no le preguntan a ella? -respondió Fernando mientras esbozaba una linda sonrisa.

Todos voltearon a verla, esperando su respuesta. Ana asintió con los ojos llorosos y abrió los brazos para recibir un abrazo de sus hijos, soltando los regalos. La tropa se miró un momento, y antes de correr para tirarla de nuevo.

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