Capítulo 70. Resentimiento para toda la vida

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Ana tragó saliva, sintiendo cómo las manos le temblaban por la mirada fija del pelinegro sobre ella, tan llena de ternura. Fernando amplió su sonrisa y limpió sus lágrimas con cuidado, por primera vez en un largo tiempo. Parecía como que el corazón se le quería salir del pecho, y no necesariamente por el momento que acababa de vivir; sino porque aquella parte que seguía amando a Fernando hasta lo más hondo se descontrolaba al tenerlo tan de cerca y con todos esos gestos, y la ponía aún más nerviosa.

-¿Señor Lascurain?

La voz del detective interrumpió el momento, para irritación de ambos. El pelinegro volteó a ver al señor Márquez con expresión seria.

-Disculpe, pero necesito que me llene unas formas -exclamó él, tan distraído en su trabajo que no había notado su interrupción.

Fernando, un poco molesto, asintió y se levantó, sacando a Ana primero de la habitación para evitar alguna otra mala impresión. La dejó en el pasillo y volvió a sonreírle de manera tímida, casi como un niño. Acarició su mejilla una vez más y la castaña se permitió disfrutar de su contacto, de nuevo para su sorpresa. En ese momento, no había ni rastro del enojo, por más que lo buscara en su interior, y de la misma manera, eso la confundía mucho más de lo que ya estaba.

-Quédate aquí tranquila, no tardo, ¿sí? -le dijo, antes de volver a entrar con el resto del equipo de seguridad. Ana apenas asintió y se quedó pensando en toda esa situación, sobre todo en ese "Te amo" que estuvo a punto de salírsele en el calor del momento. Lo tenía atascado en la garganta, y gracias a eso comenzó a sentirse incómoda, tratando de meditar con la mente fría. Debía pensar y rápido en qué hacer, en qué decir, porque Fernando la había ayudado en mucho y debía corresponderle de alguna manera. Pero se debatía entre confesar de nuevo su amor o mantenerse neutral ante todo aquello; sin embargo, ninguna de las dos opciones le parecía la mejor, porque nuevamente, estaba dividida en dos partes. Aún sabiendo todo lo de Fernando, aún después de haber pasado por tanto, no podía reprimir sus sentimientos, pero a la vez, se negaba a caer una vez más por él. Su orgullo y su dignidad no la dejaban escuchar a su corazón, trataban de convencerla de seguir adelante con aquello de la separación: ella ya lo había dictaminado así, pero el amor que le retumbaba en el pecho opinaba de manera muy diferente.

Comenzó a marearse y cerró los ojos, dejando pasar unos segundos antes de avanzar un poco con la silla de ruedas hasta la puerta. La actividad a su alrededor aún la tenían nerviosa y se negaba a mirar a atrás, a aquella habitación siniestra en donde César se había quitado la vida. Pugnaba por salir lo más rápido de allí, y librarse por fin de todo eso. Era la prioridad antes de nada.

Unos minutos después, Fernando terminó de llenar los papeles y le dio las gracias al detective por su trabajo, saliendo de la recámara para no obstruir el camino del equipo. Encontró a Ana cerca de la puerta, mirando al pasillo abierto, y a unos pasos de la castaña, notó que seguía temblando.

Para evitar espantarla, se puso frente a ella con cuidado y la miró, levantándole el mentón con delicadeza para que sus ojos se encontraran.

-¿Nos vamos? -le preguntó.

-Sí, por favor.

Él dudó por un segundo lo que iba a hacer, pero después de pensarlo dos veces, la rodeó con sus brazos y le dio un beso en la cabeza, mientras que Ana se soltaba a llorar otra vez.

-Shh... Ya pasó todo, ahora estamos bien. Y yo te cuidaré, preciosa. Me tienes aquí a tu lado.

Ella se separó del abrazo y lo miró, sonriéndole un poco después de tantos gestos amargos que le había dedicado.

-Gracias, Fernando. De verdad, gracias.

-No hay por qué, mi am... Ana.

La castaña ya no respondió y sólo se quedaron viendo, apenas durante unos segundos antes de que otra parte del escuadrón les pidieran permiso para pasar. Fernando movió la silla de ruedas y por fin concluyeron en que era hora de irse. Mientras iban bajando, algo dentro de ambos se deshizo, y por fin parte de la angustia se fue; ya no tendrían que preocuparse más por César, aunque hubiera tenido un final tan tétrico como aquel.

No Te VayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora